Sobre la automatización y los peligros de las nuevas tecnologías.
ENTREVISTA CON NICHOLAS CARR
ANDRÉS LOMEÑA: Me ha decepcionado el título en español de su último libro. Atrapados es menos acertado que su verdadero título en inglés, The Glass Cage (La jaula de cristal). Me imagino que es una referencia a la jaula de hierro de Max Weber.
NICHOLAS CARR: La inspiración para el título La jaula de cristal viene en realidad del mundo de la aviación. Los pilotos actuales dicen que trabajan en “cabinas de cristal”, una referencia al hecho de que están rodeados de ordenadores y la mayor parte de su trabajo implica manejar esas pantallas más que pilotar aviones. Me pareció una buena metáfora sobre cómo la mayoría de nosotros estamos viviendo a través de interacciones con el software y las pantallas. También hay un eco a la jaula de cristal de Weber. Como en la jaula de Weber, la jaula de cristal trata sobre la confusión entre medios y fines. La automatización facilita la satisfacción de nuestros deseos como consumidores, pero nos roba la textura y el significado de las verdaderas experiencias.
A.L.: ¿Es el momento actual una cibernética de tercer orden?
N.C.: Hay un par de diferencias importantes entre lo que está ocurriendo en la actualidad y lo que ocurrió en la historia temprana de la mecanización y la automatización. En primer lugar, la automatización se está trasladando a esferas intelectuales (el trabajo de percibir, analizar y juzgar) como resultado de los avances en informática e inteligencia artificial. En segundo lugar, ciertos algoritmos ocultos están sustituyendo el trabajo. Las tecnologías anteriores que suponían un ahorro en el trabajo eran máquinas con objetivos obvios. No se ocultaban sus intenciones. Los algoritmos del software incorporan las intenciones de los programadores y de sus empleados, pero es imposible para el usuario discernir esas intenciones y saber cómo afectan al software. Tanto si hablamos de la automatización de la sociabilidad de Facebook o de la automatización del descubrimiento de información de Google, ahora somos dependientes de “máquinas” que no comprendemos, lo que aumenta las posibilidades de manipulación.
A.L.: Ha escrito que las tecnologías ya no suponen una gran ventaja comparativa. ¿Qué me dice del ámbito educativo?
N.C.: Lo que escribí en Does IT Matter? es que ciertas tecnologías están condenadas a ser infraestructuras. Su valor depende más de su difusión y estandarización que de su naturaleza privativa, de ahí el declive de su potencial para ofrecer una ventaja comparativa cuando maduran. Esto fue así con las vías de tren y la electricidad, por ejemplo, y creo que también es verdad para la informática. No creo que esa observación tenga una gran relevancia para la educación, pero existe una fe continua y mal entendida en las tecnologías de la computación como una panacea educativa, a pesar de la falta de evidencia de que la inversión agresiva en tecnología proporcione beneficios a los estudiantes. Aunque los ordenadores juegan un rol importante en la educación, pienso que las escuelas deberían ser más un refugio de los medios tecnológicos que una extensión de los mismos.
A.L.: Jeremy Rifkin y otros autores han hablado de cómo afectan las tecnologías al empleo. ¿Qué podemos hacer o esperar del futuro inmediato? Algunos ya hablan de implantar una renta básica de ciudadanía.
N.C.: El empleo y los salarios permanecen muy atados a los ciclos económicos y en Estados Unidos vemos algunos signos esperanzadores en el mercado de trabajo, así que no creo que el futuro inmediato sea sombrío. A largo plazo, las predicciones son menos prometedoras, ya que no hemos visto que los avances en la informática se trasladen en nuevas categorías de empleos bien remunerados. Es fácil hablar de rentas básicas o ingresos mínimos garantizados, pero una política así sería extremadamente negativa. Tal y como sostengo en Atrapados, me sorprende que un mundo sin empleo sería más una distopía que una utopía, incluso si las personas tuvieran rentas garantizadas.
A.L.: El espíritu de su libro me recuerda a La ballena y el reactor de Langdon Winner. ¿Qué obras nos recomendaría?
N.C.: El libro Tecnología autónoma de Winner me ha influido mucho porque proporciona un valor incalculable sobre nuestras percepciones de automatización, así como sobre los efectos de la automatización. Evgeny Morozov y Jaron Lanier han descrito adecuadamente los efectos culturales y económicos de los ordenadores. También recomendaría el libro La plataforma del pueblo de Astra Taylor. Además, me influyeron mucho los primeros escritores sobre tecnología: Sigfried Giedion, Marshall McLuhan, David Noble y Neil Postman, entre muchos otros.
A.L.: ¿Forman sus obras una especie de trilogía sobre los cambios cognitivos producidos por las nuevas tecnologías? ¿Con qué nos sorprenderá más adelante?
N.C.: Si mi obra formara una trilogía, ésta ya estaría completa. Empezaría con El gran interruptor y continuaría con Superficiales y Atrapados. No sé si tengo algo más que decir sobre tecnología, así que si escribo otro libro, tratará probablemente de un tema muy distinto.
A.L.: Gracias por esta entrevista electrónica.
N.C.: Mi bandeja de entrada suele estar saturada por anuncios publicitarios automatizados y son invariablemente estúpidos, así que los mensajes de los periodistas son más que bienvenidos.
Andrés Lomeña
7 de diciembre de 2014
Me ha encantado. Me recuerda el pavor que sentí leyendo a Morozov...
ResponderEliminarMe ha encantado. Me recuerda el pavor que sentí leyendo a Morozov...
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