miércoles, 9 de noviembre de 2016

ENTREVISTA CON GRANT HAMILTON

Profesión: Profesor adjunto de la Universidad China de Hong Kong
Obras destacadas: The World of Failing Machines
Palabras clave: realismo especulativo, no humanos, crítica literaria
Fecha de realización: 9 de noviembre de 2016

ANDRÉS LOMEÑA: Su libro The World of Failing Machines resume cómo sería una crítica literaria practicada desde el llamado realismo especulativo: 1) Rechazo a la idea de una lectura privilegiada 2) No dejarse seducir por nuestro adiestramiento a la hora de interpretar un texto 3) Experimentar con los textos 4) Seguir los efectos liberados por tu máquina de lectura 5) Especular y crear. ¿Nos podría clarificar estos puntos?
GRANT HAMILTON: Creo que dotar a esas ideas de la profundidad que merecen me obligaría a escribir otro libro. Lo mejor será que hable del espíritu de esas palabras. Esas cinco rutas conducen hacia el empoderamiento del lector durante el proceso de lectura. Para hacer eso, tenemos que volver a aprender cómo valorar nuestras respuestas a un poema o una novela (independientemente de las respuestas de los demás). Esto no equivale a decir que hay que ignorar deliberadamente lo que otros han dicho sobre un texto; simplemente consiste en decir que uno ha de tener confianza para respetar su propia reacción al texto.
Una forma de empezar a explorar el terreno de nuestras reacciones frente al texto es experimentar con él. Deberíamos sentirnos libres para hacer lo que queramos con el texto. Podemos, por ejemplo, poner un texto junto a otro fragmento de escritura que aparentemente no guarda relación y ver qué transpiran. Lo que surge, por ejemplo, si leemos a Johann Wolfgang von Goethe a través del físico austriaco Ludwig Boltzmann. Este estilo experimental de lectura no tiene nada que ver con el acto de interpretación, es decir, no guarda relación con el intento de desentrañar el llamado “significado” de una novela. Es un modo de lectura que exige al lector que preste atención a lo que surge de esas conversaciones entre autores. En el mejor de los casos, aquellos que sigan una estrategia de lectura experimental como esta percibirán nuevos conceptos en el libro. Cuando esto ocurre, la lectura ha sido verdaderamente creativa. Así es como uno especula y crea en el acto de la crítica literaria.

A.L.: Ha usado el simbolismo francés como ejemplo para hablar del realismo especulativo. Cita el poema The Sky de Mallarmé, donde detectamos una separación entre las palabras y el mundo. ¿Es el realismo especulativo de la literatura una nueva forma de decir que el lenguaje no es suficiente para describir el mundo?
G.H.: Sí, el lenguaje falla en su búsqueda de alcanzar lo real, pero esto no es nada nuevo. Ferdinand de Saussure mostró a sus estudiantes la arbitrariedad del lenguaje hace cien años. Lo que nos mostraron los simbolistas franceses es que ni siquiera la voz poética tenía acceso a los aspectos esenciales del mundo. Por eso Mallarmé se vuelve tan furioso al final del poema y grita: “¡El Cielo! ¡El Cielo! ¡El Cielo! ¡El Cielo!” Tienes a un hombre con un control supremo sobre el lenguaje, pero ese control no le permite articular el carácter esencial de los objetos cotidianos. Podría haberse ensañado con el Sol, con un árbol, con un gato o con cualquier otro objeto del mundo. La cuestión es que esa incapacidad para describir el mundo no es un fracaso de Mallarmé, sino la consecuencia de la constitución del lenguaje. Para mí, los idiomas son sistemas de simulacro. Y es precisamente por este motivo por el que constantemente olvidamos que no guardan una relación directa con la realidad íntima del mundo que nos rodea. El lenguaje escrito no es distinto, así que tenemos que aceptar de buena gana la provisionalidad de todas nuestras articulaciones.

A.L.: Levi Bryant ha distinguido cuatro tipos de objetos: objetos brillantes (como los móviles), objetos débiles (como los inmigrantes, los minusválidos, etcétera), objetos oscuros (entes que aún no han sido registrados, pero que podrían existir) y objetos traviesos (las revoluciones u otras dinámicas inesperadas). ¿Considera útil esta clasificación? ¿Cómo podemos rastrear los (hiper)objetos literarios?
G.H.: Soy un gran seguidor de la obra de Levi Bryant. Quizás la razón principal de esta admiración sea que ambos compartimos un enorme interés por la obra de Gilles Deleuze. La taxonomía que él ha desarrollado para los objetos es muy provocadora, pero complica excesivamente la discusión para un teórico de la literatura. Me interesa sobre todo averiguar qué tipo de objeto es un texto literario y para responder a esa pregunta creo que hay que prestar menos atención a la distinción entre objetos “débiles” y “oscuros” de la que concedemos a la distinción entre los objetos corpóreos e incorpóreos. Siguiendo a Bryant (y a Deleuze), yo preferiría hablar de “máquinas” más que de objetos. Para mí, la obra literaria que tenemos en las manos es una máquina corpórea. El libro es el hecho material de algo más y ese “suplemento” es la máquina incorpórea que habitualmente llamamos “texto literario”. La mejor manera de entenderlo es reconocer que aunque tenga una novela de Umberto Eco en mis manos, esta es simplemente una copia de otras miles que se vendieron en el mundo. El libro que tengo solo es una simple repetición de un texto literario que puede ser reimpreso siempre que se quiera. En este sentido, los textos literarios son como una fuerza espectral que constantemente persiguen un cuerpo (un libro físico) para habitarlo.
La relación de todo esto con la noción de “hiperobjeto” de Timothy Morton es una pregunta realmente interesante, pero me volvería a llevar una cantidad sustancial de tiempo responderla de un modo significativo. Dicho esto, Morton asegura que experimentamos la “no localidad” de los hiperobjetos de una forma muy particular, lo que lleva a toda suerte de preguntas interesantes para hacernos sobre la dinámica de la obra literaria y sobre el acto de la crítica literaria.

A.L.: ¿Qué espera de la crítica realista especulativa? Universes without us de Matthew A. Taylor parece un gran comienzo.
G.H.: ¡Desde luego! Taylor expone los peligros de una conciencia humana que busca excederse hasta abarcar toda la vida. Él restablece la distancia entre objetos (entre el mundo y el yo) como una medida para advertirnos sobre nuestro impulso fascista a la unidad (que deberíamos interpretar como la “no diferencia”). El resultado es que recuperamos la habilidad de respirar de nuevo como sujetos que se han dado cuenta de su verdadero lugar en el mundo. En este sentido, el libro de Taylor es un ejemplo realmente interesante sobre cómo un crítico literario puede comprender y responder a los asuntos planteados por el pensamiento del realismo especulativo. Evan Gottlieb es otro escritor que podríamos traer a colación (también Graham Harman, Timothy Morton y Quentin Meillassoux han escrito artículos de crítica literaria muy interesantes).
Lo que intento discutir en mi libro es que si alguien desea ver de verdad hasta dónde llega el realismo especulativo en la crítica literaria, uno tiene que plantearse el propio acto de la crítica. Hay que repensar las ideas y la dimensión de la crítica literaria tal y como se practica hoy en día. Por ejemplo, ¿qué relación hay entre el análisis literario y la verdad? ¿Qué tipo de pensamientos se rechazan en la misma forma del ensayo crítico? Tenemos que aprender a escribir un tipo de ensayo muy diferente al que nos han enseñado en la escuela para poder elaborar respuestas productivas a nuestra lectura experimental de los textos. Debemos aprender a escribir “crítica creativa”, una forma de crítica que reconozca la manera en que el lector se convierte en escritor en el acto de la crítica. Los ensayos idiosincrásicos y caprichosos del siglo XVI del pensador francés Michel de Montaigne nos dan una visión de cómo podría ser esa crítica literaria. En cualquier caso, la obra de Montaigne no debería considerarse arquetípica. Los críticos literarios deberían producir sus propios estilos en el acto de la crítica. Mi esperanza en el realismo especulativo consiste en que la crítica sea una crítica creativa.

A.L.: Quisiera preguntarle por la teoría de los mundos posibles de críticos como Lubomír Dolezel o Thomas Pavel. Los mundos ficcionales, según estos pioneros, siempre son incompletos y ontológicamente homogéneos. ¿Ha pensado alguna vez en esta conexión?
G.H.: No es una área en la que me haya detenido, pero por lo que describes sospecho que encontraría un alto grado de simetría entre la posición de Dolezel o Pavel y la mía. Me entusiasma defender la parte ficcional de la ficción literaria. Sin embargo, eso no equivale a negar el poder que tiene la literatura de afectar al lector de manera profunda. De hecho, una de las dinámicas más sugerentes de la literatura consiste en averiguar cómo esas pequeñas manchas de tinta de una página pueden tener un efecto radical en las personas. ¿Cómo es que los gobiernos prohíben libros? ¿Cuál es el objetivo real de la censura? Esas acciones nos cuentan mejor que ninguna otra cosa lo vital que resulta la literatura para la sociedad.

A.L.: Graham Harman eligió a Lovecraft como su modelo de realismo extraño. También, aunque en menor medida, a Drácula o a las brujas de Macbeth. Mis modelos serían Jeff Vandermeer (el autor de la trilogía Southern Reach) y Kim Stanley Robinson (el autor de la trilogía de Marte o Aurora). ¿Cuál sería su recomendación? ¿Ballard, quizás?
G.H.: Ballard es un gran escritor y alguien por el que tengo el respeto más elevado. Dada su altura en la literatura inglesa, me sorprendería que alguien no pudiera hacer una lectura realista especulativa de su ficción en el futuro próximo. No obstante, habría que advertir contra la tentación de desarrollar un canon de literatura realista especulativa. Preferiría pensar en el realismo especulativo como una técnica que proporciona herramientas y lenguaje para reconectar con la literatura que todos pensábamos que ya conocíamos.
Hemos hablado del libro de Taylor, pero no he dicho aún que él nos ofrece algunas ideas interesantes para discutir el canon de la literatura norteamericana. Esa es la característica más destacable de su obra porque nos muestra con claridad que si leemos y mantenemos un respeto básico por los principios del realismo especulativo, uno sale (potencialmente) recompensado con un tipo de literatura muy diferente. Por decirlo de forma sencilla, el realismo especulativo será más valioso para los estudios literarios como metodología que como una manera de cristalizar un corpus de obras literarias. De manera modesta, espero que mi libro haga un poco más visible esa metodología. Mi propuesta es que el crítico literario pueda hacer uso de esa metodología para ver qué tipo de ideas y conceptos emergen de este encuentro revitalizado con la literatura.