jueves, 22 de noviembre de 2012

ENTREVISTA CON MARK DEUZE

El autor de "Vida mediática" responde a algunas preguntas sobre la cibercultura y el ciberespacio.

ANDRÉS LOMEÑA: Usted ha conocido al sociólogo Zygmunt Bauman y ha usado su concepto de modernidad líquida para hablar del trabajo líquido y de los medios líquidos. ¿Qué cambios está sufriendo la mediópolis, por usar los términos del teórico Roger Silverstone?
MARK DEUZE: La mediópolis de Silverstone es nuestro mundo: no hay un “afuera” a nuestro espacio público mediado. Los medios dan forma a las experiencias y expresiones de la vida cotidiana. En ese espacio, tanto físico como virtual, los medios se han imbricado en cada forma de ser, ver, moverse y actuar, sin reemplazar la experiencia vivida; el “no lugar” de los medios siempre lleva consigo “algún lugar” de la vida.
La vida líquida de Bauman puede verse, quizás, como una reflexión sobre las consecuencias sociales de la mediópolis cuando se ignora o se subestima el significado de su naturaleza material. Por otro lado, en Vida mediática hago un esfuerzo para ofrecer el contexto histórico de nuestro tiempo, argumentando que muchos aspectos en juego de la modernidad líquida tienen precedentes que se han visto amplificados y acelerados por los medios.
Como en todos los medios, Internet ha entrado en una fase de madurez donde su estado de caos inicial queda absorbido, al menos en parte, por las fuerzas gemelas de la política y la economía. Sin embargo, como el resto de las historias de los medios de comunicación nos han mostrado, esto no significa necesariamente que se vaya a encerrar en sí misma, como en la “clausura de lo común” que sugieren algunos. Cuantos más grupos políticos y comerciales intenten consolidar su poder de base, más crecerán las formidables fuerzas encaminadas hacia la libertad y la experimentación. Además, no toda la presión comercial es conservadora, al igual que tampoco todos los manifiestos del ciberespacio son progresistas. Está garantizada una mirada más sutil que va más allá de la utopía o la distopía.

A.L.: El académico David Hesmondhalgh publicará la tercera edición de Las industrias culturales porque todo ha cambiado. Entrevisté a Mark Dery y Richard Barbrook y ellos me parecen los grandes cronistas de los noventa, pero necesitamos nuevos autores que expliquen las consecuencias culturales de fenómenos más recientes. Quizás Eli Pariser y Evgeny Morovoz se postulan como los nuevos héroes a la hora de desmitificar el poder emancipatorio de los medios sociales.
M.D.: La obra de Hesmondhalgh ha mostrado aprecio por los matices y por la naturaleza compleja de la experiencia vivida a través de las industrias creativas, enseñando las tristes vías de explotación laboral y las estrategias de empoderamiento hacia la realización personal. Es el tipo de obra que sirve como guía para poder continuar hacia adelante. Aunque Morozov, Pariser y Zittrain son excelentes analistas de la industria que hay detrás de Internet, su obra está tan viciada como, por momentos, las visiones más optimistas de Henry Jenkins y Yochai Benkler. Tenemos que ir más allá de la dicotomía utopía-distopía. Los medios sociales no son emancipatorios por defecto, como no lo son los periódicos ni cualquier otro medio. Lo que los medios hacen es, grosso modo, amplificar y acelerar los procesos sociales que ya están en marcha. Al mismo tiempo, nuestro instinto para ser sociales (e incluso sociables) se ve desafiado y tensado por nuestra exposición simultánea a los medios de comunicación. Yo todavía soy optimista sobre las posibilidades de nuestra cultura digital y de nuestras vidas mediáticas. El verdadero poder emancipatorio de la ecología de los medios actuales reside en nuestra habilidad para contemplar nuestras propias vidas y las de los demás. No debemos subestimar las consecuencias de esa conciencia, que inspira tanto narcisismo como altruismo.

A.L.: La crisis económica está siendo especialmente cruel con el periodismo. En su libro Managing media work ha estudiado la estructura internacional del nuevo trabajo cultural. ¿Podría contarnos su perspectiva del futuro próximo del mundo de la comunicación y el entretenimiento?
M.D.: Aunque simpatizo con los trabajadores de los medios recientemente despedidos y soy muy consciente de la naturaleza precaria del empleo en las industrias creativas, la falta de un empleo estable y seguro en el sector cultural (al que el periodismo pertenece) ha seguido igual desde hace bastante tiempo. En el periodismo ha afectado especialmente porque parece una industria mucho más asentada (por sus modelos tradicionales de negocios, volumen de trabajo convertido en rutina, ciclos de producción predecibles, etcétera) que la mayoría de las industrias creativas (como la publicidad, los juegos digitales, la música o el cine). Ahora estoy empezando un nuevo proyecto para investigar el futuro de los periodistas centrándome en ir “más allá del periodismo” (es el título provisional de un libro que he firmado con Polity Press) en el sentido nietzschiano, es decir: despojarse de todos los parámetros tradicionales del trabajo de redacción y dar con unos parámetros propios. Esto podría ser como freelancers, escribiendo y editando en grupo, como redes organizadas internacionalmente, mediante una startup de Internet, etcétera. La clave aquí es que el futuro del trabajo cultural puede encontrarse fuera de las instituciones mediáticas oficiales.

A.L.: Ahora proliferan community managers, cursos de social media y un largo etcétera. ¿Veremos una nueva burbuja .com? El teletrabajo resultó no ser la panacea y el proceso de digitalización también ha acarreado muchos problemas burocráticos.
M.D.: El mejor estudio de las consecuencias personales de este “nuevo mundo feliz” del trabajo creativo es Work’s Intimacy de Melissa Gregg, donde ella investiga las vidas laborales de trabajadores de los medios y de sus familias en centros urbanos australianos. Se describe cómo sobrellevan la precariedad, las jornadas laborales interminables y lo que llamo en mi libro Media Work un estilo de vida en el que vivir ha llegado a definirse en función de tu trabajo. Cuando el trabajo se convierte a la vez en el camino y el destino del afecto y la autorrealización, no parece sorprendente que terminemos trabajando todo el tiempo, incluso a veces aceptando (o racionalizando) no ser pagado por el trabajo realizado. Éste es un ciclo problemático que puede romperse buscando respuestas más allá de lo que Ulrich Beck llamaría “categorías zombis” de la industria y el trabajo.

A.L.: Derrick de Kerckhove decía que en el pasado los libros eran aceleradores del pensamiento y que ahora son más bien ralentizadores de ese pensamiento. Admito que echo de menos algunos textos como Inmediatismo de Hakim Bey, que abogaba por buscar una vida de experiencias no mediadas.
M.D.: Los libros no desaceleran nuestro pensamiento. Los medios impresos determinan y estructuran el pensamiento de diversas formas, al igual que los medios audiovisuales. En un contexto conectado, digital y convergente, nuestros pensamientos aceleran y frenan de una forma indeterminada, lo que es una experiencia totalmente perturbadora. En Vida mediática sostengo que la llamada inmediatista de Hakim Bey, que persigue una vida de experiencias más directas y completas, puede en realidad lograrse estando sumergidos en los medios (es a través de los medios como volvemos a conectar con la realidad de una forma significativa, ética y estética). Nos tomamos los medios demasiado literalmente: éstos no están entre nosotros y la realidad, sino entre nosotros. En los medios, también tomamos responsabilidad de las desigualdades de nuestro mundo porque las presenciamos a diario. En los medios, no podemos no mediar, no podemos no presenciar.

A.L.: No sé si es casualidad que dos de los mejores pensadores de los medios sean holandeses: Geert Lovink y usted.
M.D.: Eres demasiado amable al otorgarme esa reputación, aunque comparto tu apreciación sobre Geert. Quizás venir de una nación pequeña, pero bastante arrogante y ambiciosa, nos da una cierta voluntad para explorar, pensar abiertamente y expresarnos con atrevimiento.

A.L.: Las redes sociales con geolocalización como Foursquare son algo interesante para reflexionar sobre la privacidad, el voyeurismo o el narcisismo. ¿Cómo está mutando la esfera pública?
M.D.: La esfera pública y la privada han colapsado en el mundo-de-la-vida mediada. Con esta tendencia tenemos más oportunidades que nunca para estar obsesionados con nosotros mismos. Como teóricos de los medios, nuestra tarea es navegar con la identidad de Narciso y remar en el estanque con todo el mundo. Las imágenes que podamos reunir de nosotros mismos siempre serán incompletas; siempre faltará la complejidad de nuestra personalidad y siempre perderemos las particularidades de nuestro espíritu. ¡La belleza de esto es que debería desviar nuestra atención de nosotros mismos! No somos tan especiales como individuos. Ciertamente, interesa a los partidos políticos para que nos hagan sentir bien como ciudadanos, al igual que interesa a las empresas para que nos convenzan de nuestras cualidades únicas como consumidores... pero como seres humanos, no lo somos. Lo que nos hace especiales es la manera en que nos responsabilizamos unos de otros. En la vida mediática, las oportunidades para hacer eso abundan. La pregunta es qué haremos con esas oportunidades.

A.L.: Esta entrevista digital llega a su fin.
M.D.: Vivir en los medios nos permite crear arte con nuestra propia vida porque podemos ponerla en perspectiva y observarla. La autovigilancia es un poder individual interesante: ¿La usamos como autocensura y para levantar las murallas del control social, o la usamos para dejarnos llevar y vivir más y mejor en el mundo?

Andrés Lomeña
22 de noviembre de 2012

lunes, 19 de noviembre de 2012

ENTREVISTA CON ERIC HAYOT

Acabo de editarla.

Entrevista densa, complicada, con aspectos que yo no he llegado a comprender bien, para qué engañaros. Me interesa especialmente la última pregunta, que es la que he comprendido menos (por su falta de concreción, diría yo). La primera pregunta, de ser compleja, es responsabilidad mía, por asumir que el lector sabe lo que es la lectura atenta (y la distante, concepto que crea Franco Moretti).

Esta entrevista es de teoría literaria, pero le pregunto por la teoría del actor-red (ya que él la saca a colación en su libro) y por las Humanidades Digitales, así que también tiene algo de sociología que puede ser provechoso. De hecho, lo que hace Moretti para algunos es sociología literaria, para otros es esoterismo numérico aplicado a la literatura. En fin, yo la he encontrado muy estimulante, a pesar de los reparos que yo mismo he expuesto.

Cualquier feedback se agradece. Saludos y gracias.

PS = Tengo una entrevista pendiente sobre temas de cibercultura, lo que supongo que interesará un poco más. Intento terminar con esta insensata costumbre de hacer miniencuentros virtuales, pero luego doy con un autor interesante y no me resisto a mandarle mis preguntas. Me pasa como en las pelis de ladrones, que dicen: "Un asalto más y lo dejamos de una vez por todas". Y nunca lo hacen hasta que los pillan xd.

ENTREVISTA CON ERIC HAYOT

ANDRÉS LOMEÑA: La historia literaria es un asunto delicado y complejo. Si lo he comprendido bien, su libro Sobre los mundos literarios propone que usemos varias escalas analíticas para abordar la historia literaria. Sería una meditación sobre la lectura atenta [close reading] y la lectura distante [distant reading], entre la obra literaria concreta y los patrones macroevolutivos de la sociología literaria. ¿Intenta encontrar un camino intermedio?
ERIC HAYOT: Sí, la idea de un diálogo entre el texto individual y la macroevolución o macroestética fue parte de lo que motivó mi proyecto. Se puede hablar, en términos generales, de dos posiciones en los debates actuales sobre la literatura mundial:
A) Un análisis inspirado por Franco Moretti (y Pascale Casanova) que busca patrones de desarrollo en los niveles más altos de la estética (habitualmente mediante una gran cantidad de libros, lo que Moretti ha llamado la lectura distante).
B) Una insistencia en que la naturaleza ontológica del texto literario es de tal modo que sólo la lectura atenta puede en realidad mostrarnos la verdad.
Puede que ambos lados estén equivocados al creer que la literatura y la literariedad sólo funcionan como un “objeto” en estos análisis. Parte de mi argumento es que la literatura en sí misma produce efectos en diferentes niveles, incluyendo el que uno puede entender como la escala “intermedia”, en la cual residen los mundos literarios; la literatura no es sólo objeto de discusiones sobre la estética y las relaciones de escala, sino un lugar donde esos debates se expresan formal y temáticamente.
Esto lleva, en última instancia, a la creencia de que sólo hay una única manera de leer atentamente. Pienso que la lectura atenta puede hacerse en una variedad de escalas distintas porque los objetos literarios producen significados en una variedad de escalas diferentes, incluyendo la palabra, la frase, el párrafo, el capítulo, pero también en escalas puramente ideográficas (en las cuales algo ocurre una vez, y tiene que abordarse en su singularidad), así como en escalas nomotéticas (en las cuales algo ocurre una multitud de veces y se inscribe dentro de un patrón o sistema).
Otra forma de decirlo es afirmar que mi libro entra en el debate presentando la literatura como un modelo potencial para pensar sobre cómo aparecen los conceptos de lectura “atenta” y lectura “distante”, temática y formalmente, como funciones de un concepto mayor de totalidad. Sugiero que este concepto de totalidad ha sido pensado históricamente de manera muy extensa en la obra de arte, y que deberíamos prestar atención a las obras de arte si queremos saber más sobre lo que la lectura atenta y distante significan dentro de estructuras mayores y de sistemas de valor estético y ontológico.

A.L.: Me gustaría saber si la tecnología ha sido importante en las metodologías de la actual historia literaria y de las ciencias sociales, es decir, si su libro se ha visto motivado por el nacimiento de las Humanidades Digitales.
E.H.: Soy bastante ambivalente en lo que se refiere a las Humanidades Digitales. Recuerdo cuando Internet apareció alrededor de 1993 o 1994, y todos decían que o bien salvaría la literatura (y la universidad), o bien la destruiría. Este utopismo digital (o distopismo) parece muy sospechoso, sobre todo porque casi siempre atrae muy especialmente a decanos y presidentes, y a políticos que (al menos aquí en Estados Unidos) tienen un hostilidad feroz y nada disfrazada contra la idea de una educación en las artes liberales. “¡Los ordenadores eliminarán la necesidad de un profesor de literatura o de análisis literario!” no es un eslogan con el que me sienta animado. Obviamente, no es eso lo que las personas de las Humanidades Digitales quieren. Es una cuestión acerca de cómo se usan, y también de cómo se alinean los incentivos personales e institucionales con otras fuerzas que ofrezcan apoyo, que creen trabajos...
Dicho esto, encuentro la obra de las Humanidades Digitales (y aquí me refiero al tipo de obra que implica mapeados matemáticos y visuales de la información, así como la clase de obras que vienen de los proyectos de minería de datos) muy atrayente. Como todas las disciplinas en sus primeros vagidos, es un poco como el salvaje oeste, primero se dispara, luego se pregunta. Demasiadas personas piensan que la novedad de estas herramientas quiere decir que por fuerza expresan algo interesante. Obviamente, eso no es así. Cuanto antes derribemos el falso entusiasmo sobre las nuevas herramientas y reconozcamos que todavía tenemos que pensar y trabajar duro, mucho mejor. Una de las cosas más interesantes de la obra de Moretti es el laboratorio literario de Stanford, que combina una mirada fundamentalmente marxista con el análisis de la cultura gracias a la obra de las Humanidades Digitales. Aunque ya sé que “el medio es el mensaje”, parte de mi argumento en Sobre los mundos literarios (con respecto a las herramientas de análisis estético que presento en sus páginas), lo cual extendería a las Humanidades Digitales, es que las herramientas de análisis deberían, en general, estar subordinadas a una perspectiva que intente usarlas para un propósito intelectual específico. Parece que se ha generado demasiado entusiasmo por la posibilidad de hacer imágenes bonitas.
¡Me doy cuenta, cuando digo esto, de que sueno como un viejo conservador! “Cuando era joven todos usábamos pluma para escribir” y todo eso. Ahora en serio: yo solía programar en PASCAL y Perl, monto mis propios ordenadores y me engancho a los videojuegos con demasiada frecuencia. Supongo que tengo una cierta resistencia a las “modas” en la vida académica. Esa moda de las Humanidades Digitales hace que me cueste disfrutarlas. Tengo ganas de que algún día los académicos de las Humanidades Digitales sean parte de todos los departamentos de literatura, e incluso que llegue el día en que las Humanidades Digitales desaparezcan por ser un campo muy obvio (como ocurre con el campo de la “teoría”) porque todos comprendamos esto y se pueda trabajar sin más. Eso llevará dos generaciones, por supuesto.

A.L.: ¿Qué ocurre con la literatura comparada? David Damrosch ha escrito varios libros sobre literatura mundial y Emily Apter publicará en primavera de 2013 Contra la literatura mundial. ¿Cuál es la batalla teórica que se libra entre las posiciones de Damrosch y Apter?
E.H.: Para ayudarnos con la literatura comparada tendríamos que reconocer lo siguiente: las estructuras intelectuales que gobiernan la crítica de las “instituciones” y las estructuras que gobiernan nuestras “prácticas” de lectura de la literatura no tienen que ser lo mismo. Gran parte del conflicto potencial que podemos imaginar entre Apter y Damrosch desaparece si reconoces que el principal objetivo de Damrosch es la formación institucional de la literatura comparada en las universidades estadounidenses, y la posición de Apter es la manera en que nosotros leemos literatura. Desde esa perspectiva puedes echar un vistazo a la obra de Emily y decir: “Sí, es verdad, siempre hay una reminiscencia intraducible dentro de la obra, y esto es parte de la naturaleza ontológica del lenguaje”, sin que luego digas, “y por lo tanto nunca deberíamos enseñar literatura traducida en la universidad a los estudiantes que no manejan todas las lenguas del mundo”. ¡Ni siquiera Emily cree eso! Mientras tanto, puedes leer a David y reconocer que el concepto de literatura mundial, que él define como el producto de una práctica de lectura generosa y amplia, debería influir el programa universitario (sin ella nuestros estudiantes casi nunca leerían nada en chino o hindi, por no mencionar lenguajes más “fáciles” como el español o el francés, o lenguas muertas como el latín o el náhuatl), sin por ello decir “y como enseñamos literatura traducida, tenemos que adoptar una teoría sobre la ontología de la novela que diga que 100 Years of Solitude es un libro idéntico a Cien años de soledad”. Lo que decimos y hacemos como críticos literarios y lo que decimos y hacemos como profesores es diferente, porque en el segundo caso estamos bregando con una situación imperfecta, con una tradición institucional, etcétera.
Mi experiencia, al haber hablado con ambos, es que David y Emily saben esto muy bien. Ellos son grandes partidarios de enseñar literatura más allá de los idiomas tradicionales europeos en sus instituciones. Desde esta perspectiva la batalla puede ser, en el lado institucional, entre los que dirán: “Es mejor enseñar una novela escrita en hindi, aunque no pueda leerla en el original, que no tener novelas de India que se impartan en mi universidad”, y quienes mantendrán una posición más dura: “No puedo enseñar nada que no lea en el original porque esto significa que no estoy leyendo el original, sino alguna versión imperfecta que está omitiendo lo intraducible”. Esta posición tiene la consecuencia negativa de preservar la literatura comparada de las lenguas europeas porque es muy raro que en Estados Unidas se contrate a un académico de literatura comparada que hable y lea lenguas no europeas. Afortunadamente, gracias a los esfuerzos de personas como David y Emily, esto es cada vez menos habitual.

A.L.: ¿Qué quiere decir con “la periodización y sus descontentos”? ¿Qué hay de malo en la periodización de la literatura?
E.H.: Nada es inherentemente malo con la periodización. Lo que está mal es el grado de dominio que alcanza en la institución literaria, especialmente en las licenciaturas. Ahora en Estados Unidos el noventa por ciento de los trabajos disponibles para profesores de literatura se definen a sí mismos con una nación y un periodo. Este predominio se refleja en las asociaciones profesionales (la asociación de estudios victorianos, la asociación de estudios modernistas, etcétera) y en las revistas académicas. Y de este modo afecta a todo el aparato en cómo adiestramos a los estudiantes de licenciatura, pues tener que “pertenecer” a un periodo significa dominar un puñado de textos, ciertos modos de lectura, una cierta historia de la crítica, una cierta forma de pensar sobre literatura como una función de la historia, y así sucesivamente.
En Sobre los mundos literarios propongo que intentemos desarrollar conceptos históricos y transhistóricos que nos permitan generar marcos internos e institucionales en los que las limitaciones de los diferentes modelos de periodización sean más nítidas. Ahora estamos viviendo en un mundo en el que todos sólo pueden beber, pongamos como ejemplo, Burdeos. Y yo digo que nos ayudaría a comprender mejor el Burdeos si pudiéramos también beber Rioja o Barolo. El truco no es solamente tener esas bebidas, sino desarrollar estructuras institucionales: nuevas revistas, nuevas asociaciones, pero también nuevas formas de contratación y preparación de estudiantes. Tener una variedad más amplia de contextos históricos y no históricos para el estudio de la literatura nos permitirá ver y vivir, de una forma cotidiana e institucional, las ventajas y debilidades de nuestros conceptos históricos. Esto nos haría ser pensadores de la literatura más cuidadosos, y quizás, más ambiciosos también.

A.L.: En su libro menciona la teoría del actor-red. ¿Cómo podría ser útil en el estudio de la literatura?
E.H.: Leí mucho de Latour entre 2001 y 2003 y pensé que su ruptura de las barreras ontológicas entre sujetos y objetos sería útil para que yo avanzara. En términos de análisis de la esfera social, el reconocimiento de que toda acción social circula entre una amplia variedad de actores humanos y no humanos parece una idea crucial para el análisis de la cultura (también encontramos este sentido del objeto como algo codificado o personificado en la vida social en The Body in Pain de Elaine Scarry, por cierto).
No había pensado en cómo la TAR podría ser útil para el estudio de los mundos literarios. Tu pregunta me permite reconocer que uno de los objetivos fundamentales de mi libro es reivindicar de la manera más fuerte posible el papel de la obra de arte como un actor en la producción de conceptos de “mundialidad” (tanto como un almacén para la fuerza social como un generador de fuerza social. En este sentido supongo que soy más latouriano de lo que reconozco, y podría decir que uno de los objetivos de la obra es animar a los académicos de la literatura a reconocer que conceptos como “mundo” o “globalización” (o “mundialización”) o “literatura mundial” no habitan en algún espacio conceptual “fuera” de la literatura, sino que más bien pertenecen al mismo campo general de la literatura.
Al mismo tiempo quiero decir que la “red” de la TAR aparece mucho en mi trabajo más reciente. Mi próximo libro será un regreso a la lectura atenta, con un énfasis en el uso de conceptos desarrollados en Sobre los mundos literarios para desarrollar un sentido históricamente rico sobre cómo los análisis del mundo (lo que yo llamo “cosmografía”) pueden funcionar bien cuando se aplican intensamente a obras de arte individuales.

A.L.: ¿Propone una tipología de los mundos literarios? Ha hablado de tres modos en su libro: el realista, el romántico y el modernista. Quisiera saber si su modelo es complementario con la poética que Lubomir Dolezel desarrolla en el libro Heterocósmica.
E.H.: La diferencia entre lo que estoy haciendo y lo que Dolezel lleva a cabo estriba, creo, en las ambiciones tipológicas menos sistemáticas de mi obra. Una de las cosas que le ocurren a las personas que desarrollan conceptos demasiado rígidos (Northrop Frye es otro buen ejemplo aquí, pero incluso alguien como Gérard Genette, cuya obra admiro, tiene este problema) es que la rigidez de los conceptos, y su ambición tipológica (especialmente en Frye, algunas veces en Dolezel) hace que sea difícil, si no imposible, que otras personas lo usen. Estoy intentando escribir una obra que sea fácil de aceptar por otras personas, y también fácil, a largo plazo, para que otros vayan más allá de mis propias limitaciones y de las limitaciones de lo que yo puedo ver en el mundo.
La manera más simple de describir lo que hago es decir que estoy intentando escribir una historia de los conceptos de mundo. Pero más que escribir sobre conceptos abiertamente expresados acerca del mundo (como cuando Galileo, por ejemplo, nos cuenta lo que piensa sobre el mundo), quiero sostener que todas las obras de arte desarrollan formalmente conceptos-de-mundo (incluso cuando no usan la idea de mundo temáticamente). De este modo, voy a usar las cualidades-de-mundo formales de las obras de arte como un representante para mediar y evaluar la historia de los conceptos de mundo de forma más general. Para hacer eso, tenía que realizar dos cosas:
1) Desarrollar un conjunto de herramientas analíticas que pueda usarlas cualquiera para describir y comparar la “mundialidad” a través del campo entero de la producción cultural, desde lo estético a lo real (y esto es lo que hacen en la primera parte del libro los conceptos de amplitud, dinamismo y estructura metadiegética).
2) Sugerir que esos conceptos, como otros cualesquiera, también deberían historizarse: pensamos la mundialidad estética como una reacción (y anticipación) de la posición social en la que el mundo de la obra se inscribe. Por ejemplo, puedes pensar sobre cómo la obra de arte refleja las estructuras básicas de una posición como “globalización”, después de todo casi es una cosmología para los miembros de una élite neoliberal global. Aquí la diferencia entre Sobre los mundos literarios y casi todo lo demás es que mi énfasis no es en el reflejo “temático” de la obra (una novela sobre inmigrantes viviendo en Madrid refleja la globalización en este sentido), sino en las cualidades “formales” del mundo imaginado en la obra. Sugiero que todas las obras de arte que generan mundos (que son casi todas las obras de arte) hacen eso controlando e imaginando estructuras formales (las cuales pueden describirse con los conceptos de amplitud, dinamismo, etcétera), que son ellas mismas un reflejo de las visiones de mundo normativas que operan en el mundo real.
Para decirlo de nuevo y de forma más simple: lo que propongo es un análisis historicista de los conceptos de “mundo/mundialidad” [worldedness]. Podrías hacer algo igual con los conceptos de Dolezel... si los historizas. Supongo que una gran diferencia es que desarrollo mis conceptos con ese objetivo en mente, y así éstos me parecen más útiles para la tarea que me he marcado, la cual considero, crítica y políticamente, muy urgente.

Andrés Lomeña
20 de noviembre de 2012

lunes, 12 de noviembre de 2012

ENTREVISTA CON DAVID HESMONDHALGH

Entrevista con David Hesmondhalgh sobre las industrias culturales.

ANDRÉS LOMEÑA: Las industrias culturales llega a su tercera edición en inglés este mes de diciembre. ¡Felicidades! ¿Podría anticiparnos algunas de las novedades y decirnos si podremos ver el libro en nuestro país?
DAVID HESMONDHALGH: ¡Gracias! La nueva edición ha sido revisada en profundidad. ¡Casi me mata! Han ocurrido un montón de cosas en las industrias culturales desde que terminé la segunda edición a finales de 2006. Hay muchísimo material nuevo sobre “digitalización”, y también sobre las condiciones de los trabajadores en las industrias culturales. A esto hay que sumar cientos de referencias a libros y artículos publicados desde 2006. Hay un nuevo prefacio, que deja clara una vez más mi oposición al “utopismo digital” (el modo en que Internet nos salvará de alguna forma). Las ediciones anteriores se han traducido al chino, al italiano y al farsi. Desconozco si hay planes para una edición en español, pero las traducciones suelen llegar a mi mesa sin ningún tipo de aviso (aunque me han dicho que la edición coreana estará disponible muy pronto). Siempre es una sorpresa agradable, y por supuesto no tengo ni idea de si la traducción es buena.

A.L.: Como antiguo estudiante de periodismo, me suelo quejar de las bibliotecas y manuales que tenemos. Todo está muy desfasado. Sugiero que los estudios de comunicación tomen nuevo impulso a partir de un canon de libros bastante reciente: The Master Switch de Tim Wu, Mercaderes de la cultura de John B. Thompson y La Googlelización de todo de Siva Vaidhyanathan. También su libro, cómo no, así como Redes de indignación y esperanza de Manuel Castells y la sexta edición de Teoría cultural y cultura popular de John Storey. ¿Cuáles serían sus recomendaciones para ampliar nuestro conocimiento?
D.H.: Hay algunos libros increíbles en tu lista, y es un honor que me incluyas en tales compañías. Podría recomendar cientos de libros sobre los medios de comunicación, pero tengo en cuenta su sugerencia de que sean publicaciones más o menos recientes. Hay algunos libros fantásticos que suponen desarrollos en los medios y la cultura: Why Voice Matters de Nick Couldry (2010); la edición Medios y democracia de James Curran (2010); El mito de la democracia digital de Matthew Hindman; Ordinary People and the Media de Graeme Turner. The Net Effect de Thomas Streeter es una historia brillante de Internet.
Algunos de mis escritores favoritos tratan, de manera más amplia, sobre temas culturales. Soy un gran fan de Andrew Ross (por ejemplo, su libro sobre el trabajo cultural, Nice Work If You Can Get It, un título algo raro para oídos españoles porque es una alusión a una antigua canción). Edwin Baker, uno de los escritores más importantes sobre los medios, murió hace un par de años. Sus libros sobre los medios, los mercados y la democracia, y también sobre la concentración mediática, están llenos de lucidez y sabiduría. Y recomiendo encarecidamente a mi colega Helen Kennedy y su libro sobre diseño web: Net Work: etichs and values in web design (2011). Podría seguir así un buen rato. Estoy seguro de que habrá grandes trabajos en español y desearía que mi competencia en tu idioma fuera mejor (por no hablar de mi francés, mi alemán y mi árabe). Soy un beneficiario del vergonzoso imperialismo lingüístico de los países anglófonos.

A.L.: Disney ha comprado Lucasfilm y la editorial Random House se va a fusionar con Penguin. ¿Qué implican estas descomunales adquisiciones en la industria de la cultura y el entretenimiento?
D.H.: No hay duda de que muchas obras magníficas aún salen de las grandes corporaciones. Pero pienso que los conglomerados casi siempre van en detrimento de la producción cultural. Creo en el papel del subsidio para hacer posible una cultura más potente y una mejor comunicación pública. También creo en los grupos de comunicación con una fuerte vocación de servicio público. No creo que las posibilidades progresistas de Internet compensen los aspectos más preocupantes de las mayores organizaciones capitalistas.

A.L.: El escritor Mario Vargas Llosa debatió con el sociólogo Gilles Lipovetsky sobre la cultura. Aunque simplifico, el novelista hablaba de una especie de apocalipsis cultural, mientras que Lipovetsky era algo más optimista. ¿En cuál de las dos posiciones se ve usted?
D.H.: No conozco este debate, pero por lo que dices, Vargas Llosa adopta una música que me es familiar, una especie de “profecía kitsch”. No creo que estemos al borde de ningún apocalipsis cultural. De hecho, creo que no tenemos tiempo para asimilar todos los grandes libros, películas, música y televisión que están disponibles. Pero eso no quiere decir que todo sea maravilloso. Los problemas reales están en la desigualdad masiva (económica, cultural, educativa) y en los interminables triunfos de aquellos que favorecen los negocios y la mercantilización por encima de otros valores como la creatividad, el conocimiento y la prosperidad humana. En Inglaterra, las cosas parecen empeorar cada vez más (y oigo cosas muy preocupantes de mis amigos españoles, que dicen que las cosas están aún peor). Dudo que las victorias del neoliberalismo sean lo que Vargas Llosa tiene en mente.

A.L.: La internacionalización, para usted, no es exactamente ni la globalización ni el imperialismo cultural. ¿Qué está ocurriendo, entonces? ¿Vivimos una Mcdonalización de la sociedad, por decirlo con las palabras del sociólogo George Ritzer?
D.H.: Lo que está ocurriendo es algo muy corriente, y a la vez es algo extraordinario. Los negocios y los artistas buscan audiencias, y algunos productos culturales hacen viajes que atraviesan las fronteras de los países. Esto provoca algunas experiencias increíbles. Pero también puede acarrear explotación y desigualdad a nivel internacional. Nunca me han llamado mucho la atención los escritos de Ritzer. He llegado a pensar que la palabra globalización es uno de los conceptos más aburridos y con menos sentido del mundo. Y la idea de la McDonalización me gusta tan poco como el propio McDonald como empresa de alimentación global.

A.L.: Muchas gracias por sus palabras.
D.H.: Los medios y la cultura son más complicados y polémicos de lo que los profetas de la muerte cultural o los voceros de una gloriosa era digital nos habrían hecho creer.

Andrés Lomeña
12 de noviembre de 2012