domingo, 26 de agosto de 2007

SOBRE LA BODA HINDÚ Y MI VIAJE A ESTADOS UNIDOS

[Aviso: no llevaba mi cámara, así que las fotos incluidas son hasta el día antes de la boda. Tenemos más de mil fotos y vídeos que ocupan mucho, así que he puesto varias imágenes, las que tengo a mano, que no son, ni con mucho, las más bonitas].

Colón buscaba las Indias y encontró las Américas. Mi amigo malagueño Jesús, en cambio, buscaba América y se encontró con la India. En California conoció a Manisha, una muchacha estadounidense de 31 años, guapa y muy jovial. Decidieron casarse por el rito hindú, y yo le prometí que iría.

Así fue: Isra, Luis Enrique y yo (compañeros del instituto, donde conocimos a nuestro querido Cacho, nombre con el que designamos a Jesús) aterrizamos en la perturbadora ciudad de San Francisco y pasamos dos semanas inolvidables.


El itinerario no es lo importante, pero para resumir diré que vimos Frisco, Los Ángeles, Santa Cruz, Las Vegas y el parque nacional de secuoyas (un lugar donde se respira un aroma milenario... árboles con más de mil años de una belleza indescriptible). También nos cruzamos con la universidad de Stanford, en Palo Alto (parte del Silicon Valley), y con algunas otras cositas.

Para mí lo fundamental del viaje fue la encantadora ceremonia que vimos en Santa Mónica (lugar donde la industria del porno saca muchísimo dinero). La boda, que constaba de tres días, nos permitió conocer a la familia de Jesús (yo conocía a las hermanas de vista, pero poco más, y a los primos ni eso). En esos días nos presentaron a personas increíbles, varios de ellos muy estilo Hollywood: una actriz mitad africana mitad hindú que aparece en la película Swat; una niña llamada Rosalinda, rabiosamente bonita, descendiente de hondureños y palestinos y atrapada, a mi juicio, por la opulencia y la contradicción mortificante de una sociedad que premia el crecimiento personal, fundamentalmente en lo económico, mientras castiga el disenso.


El primer día se plantó un árbol y se conocieron las familias. El segundo día era en un polideportivo donde hubo danzas de Bollywood y otros bailes (con unos palos que recibimos de regalo). Y el día de la boda fue impresionante: Jesús montado en un elefante mientras nosotros bailábamos delante de él. Un ritual embriagador (sobre todo porque luego bebimos mucho alcohol) que me demostró algo: hay momentos en la vida auténticos e inauténticos. Y yo disfruté muchísimo con la consagración de esta relación, una unión grandilocuente y honesta envuelta en la colorida cultura hindú, que tiene para mí mucho de Kitsch y poco de buen gusto (lo cual hizo todo mucho más divertido, paródico y entrañable que si hubiera sido una fiesta seria y moderada). El lugar escogido fue Malibú, en la casa de un dentista famoso. Cerca de allí estaba Venice Beach, un residuo genial de la ideología californiana: gente que bebía y fumaba en la playa mientras hacía una enorme batukada.

Aun con todo, hubo más. Nos "ensetamos" en un parque (el del Golden Gate, puente por el que también pasamos) , una experiencia siempre enriquecedora en el plano personal, y cachonda en el lado social. Me tomé un brawnie de maría en un bar, lo cual me provocó también un buen calentón y dormí pensando que nuevamente había rebasado los límites de la razón... para encontrar en la sima de mi imaginación la llave a una felicidad extraña, un tanto indolente, declaradamente absurda, una nueva realidad brutalmente reveladora, una mirada al abismo que te hace sentir mediocre en EEUU, insignificante en tus pocas proezas y genial en tus más reconocidos fracasos.

Como digo, aquí no quedó la cosa. Disfrutamos de la visita a Alcatraz, de la ciudad de San Francisco (donde alguno que otro visitó a las masajistas, que por algo más de dinero te ofrecen un "final feliz"), de las playas de Santa Mónica, de la visión norteamericana de los conflictos globales.


En resumen, una experiencia que me ha dado nueva savia. Si alguien esperaba una crítica a Estados Unidos, que se olvide. He corroborado gran parte de los prejuicios extravagantes de ciertos europeos marchitos, he tenido la oportunidad de sobrevolar la riqueza de Estados Unidos (alquilamos 11 días un Toyota automático), hablando con gente fascinante sobre política. He podido desechar la porquería contaminante del españolito descerebrado, acostumbrado a escupir sobre los yankis para así dar un motivo a su existencia. Quien quiera seguir viendo Estados Unidos como un simulacro, como una especie de país de cartón piedra, que lea "América" de Baudrillard. Yo por mi parte seguiré con mi visión un tanto cínica, pensando que no es tanto aquel país el que está hecho de cartón piedra (ni tampoco España, o Europa), sino nuestra mirada la que está "enmierdada" con un neón furioso, el cual desea eclipsar la complejidad de cualquier sociedad, para crear una vida fácilmente digerible: americanitos malos, nosotros buenos.


En cualquier caso, la boda ha sido toda una lección de comunicación intercultural. Me alegro por mi amigo, alguien que ha hecho posible ampliar la visión de sus padres, sus amigos, la de un amplio espectro de personas. Ha sido valiente y razonador, buen anfitrión y mejor amigo. No tengo sino palabras de agradecimiento para mi admirado Cacho.

¡Ere er que va a queá limpio Cacho! Tú lo sabes.
Siempre tuyo,
Andresito.