sábado, 10 de marzo de 2018

ENTREVISTA CON SHEILA TAORMINA

La única deportista olímpica en tres modalidades diferentes (natación, triatlón y pentatlón) presenta la segunda edición de su libro Swim Speed secrets.

ANDRÉS LOMEÑA: Su libro Nadar más rápido en todos los estilos empieza con una referencia a cómo dominar un deporte a partir de las diez mil horas de entrenamiento. Usted nadó unas doce mil horas antes de entrar en el equipo olímpico. ¿Cuántas horas llevará ya?
SHEILA TAORMINA: No soy una firme defensora de la regla de las diez mil horas. Creo mucho más en una práctica decidida y deliberada. En otras palabras, si una persona practica concienzudamente más de tres mil horas, creo que es más valioso que hacer diez mil horas de forma mecánica. Dicho esto, pienso que cuanta más práctica se tenga, mejor se llega a ser, asumiendo que haya tiempo suficiente para recuperarse del ejercicio. Una persona necesita descansar después de periodos de prácticas muy específicos. Si no descansa, puede terminar quemada o sobrecargada.
No sé exactamente cuántas horas he practicado entre 1996 y 2018 porque no hice ningún deporte entre 1996 y 1998, y desde 2008, cuando me retiré de los deportes competitivos, he sido muy irregular con mi rutina de nado. Supongo, no obstante, que durante mis años de triatlón (desde 1999 a 2004) nadé una media de seis horas a la semana durante 48 semanas. Esto suma 288 horas al año. Si lo multiplicamos por cinco años, eso da alrededor de 1.440 horas de nado durante mis años de triatlón. En mis años de pentatlón entrené algo menos de natación, así que calculo unas cinco horas a la semana durante las mismas semanas. Eso son 240 horas al año. Estuve en pentatlón desde 2005 a 2008, así que esto son 4 años por 240 = 960 horas. Si sumamos las 960 horas de los años del pentatlón más las 1.440 del triatlón, tenemos 2.400 horas de nado entre 1999 y 2008. Desde ese año habré nadado unas dos horas a la semana durante cincuenta semanas, lo que supone cien horas al año. Estoy sorprendida… no está nada mal. No era consciente de lo mucho que he nadado. Esto suma un total de mil horas de natación desde que me retiré de la competición. Por tanto, unas 3.400 horas desde 1996.

A.L.: En su libro ha explicado perfectamente las teorías de los vórtices en el agua de Cecil Colwin y la teoría de la resistencia de Ernest Maglischo. Reconoce la importancia de los dos paradigmas. En todo caso, ¿cuál de ellos elegiría si tuviera que enfatizar solo uno?
S.T.: Las teorías de Colwin y de Maglischo son valiosas, pero si tuviera que elegir una me quedaría con la de Maglischo. Creo que un nadador acelera el agua hacia atrás para tomar impulso hacia adelante del mismo modo que un reactor de propulsión. Tenemos que tener en cuenta que la resistencia y la tercera ley de Newton en un fluido es diferente a como funciona con los sólidos. Con un fluido, tiene que haber aceleración (un cambio de velocidad). En la nueva edición de mi libro Swim Speed Secrets, que salió hace unos días, profundizo en el cambio de velocidad de la mano.
También me gustaría reconocer la teoría de los vórtices de Colwin porque me gusta la idea de la acción rotatoria de las extremidades. La posición del húmero y su articulación con el hombro cambian cuando este progresa a través de las fases propulsoras de la brazada y esto habría que tenerlo en cuenta. Colwin es el único entrenador que conozco que ha desarrollado este tipo de acción de las extremidades. Por tanto, aunque no estoy de acuerdo del todo con la propulsión de los vórtices, los conceptos rotatorios son muy importantes.

A.L.: ¿Cómo han evolucionado los entrenamientos? Se entrena más y los tiempos siguen bajando...
S.T.: Hay un debate muy interesante en los círculos de la natación sobre cuánto entrenamiento es ideal. No creo que los tiempos estén mejorando por el aumento del volumen de trabajo. Ahora mismo estoy llevando a cabo un estudio de la Universidad de Georgia sobre los planes de entrenamiento de los equipos de natación. Estoy comparando los planes de entrenamiento de 1993-1994 (cuando Georgia era un buen equipo, pero no era excepcional y nunca tuvo una medalla olímpica) con los de 2015-2016 (cuando Georgia ha ganado siete campeonatos de la NCAA y ha metido a siete nadadores en el equipo olímpico de Río). No he terminado el estudio, así que no puedo hacer afirmaciones categóricas, pero ya tenemos algo. Hay una gran diferencia en el entrenamiento de las piernas. La patada se valora y se entrena mucho más ahora que en los ochenta y en los noventa. Una patada de calidad que dé potencia es una gran característica en los entrenamientos actuales. Creo que los nadadores consiguen mucho más de la “tracción trasera”.
Por último, los ejercicios de fuerza de los nadadores (el entrenamiento en el gimnasio) es mucho más sofisticado ahora.

A.L.: ¿Cuántas brazadas se recomiendan antes de respirar? Los nadadores suelen respirar para observar a los rivales, así que también querría preguntarle si estos deberían centrarse en la técnica de nado o en controlar a sus contrincantes.
S.T.: Parece que los nadadores de ahora respiran con más frecuencia que en el pasado. Con la excepción del cincuenta metros a estilo libre (durante el cual se respira una o dos veces nada más), los atletas suelen respirar cada brazada a un lado, o alternan la respiración cada tres brazadas. Incluso en las pruebas de cien metros algunos nadadores respiran cada brazada, mientras que otros respiran cada dos ciclos completos de brazos (cada cuatro brazadas). Esto me sorprendió mucho. Mi opinión es que desde que los nadadores tienen más masa muscular (por los entrenamientos de fuerza que ya he mencionado), necesitan más oxígeno para los músculos. Aquí no me remito a ninguna investigación, solo se trata de mi opinión.
Los estudios muestran que la velocidad hacia adelante disminuye cuando se respira, así que el análisis coste-beneficio dice, como resulta obvio, que el oxígeno que va a los músculos es más importante que el ligero descenso de la velocidad.
No estoy de acuerdo con los atletas que respiran con mayor frecuencia por los beneficios psicológicos de ver la competición. Los nadadores pueden saber cómo se desarrolla la competición sin necesidad de hacer respiraciones adicionales para calcular su posición. Por ejemplo, en la mariposa y en la braza, si hubiera una ventaja psicológica significativa al ver la prueba, entonces los atletas girarían la cabeza hacia el lado cuando la sacan del agua. No vemos que lo hagan con frecuencia. Los nadadores ven a los rivales a estilo libre porque es más eficiente girar la cabeza al lado durante la brazada. En resumen, los atletas respiran con tanta frecuencia como necesiten para obtener la cantidad óptima de oxígeno y no calculan el número de respiraciones en base a la frecuencia con la que necesitan ver a los demás nadadores.

A.L.: ¿Cuáles son sus carreras favoritas?
S.T.: Mis carreras favoritas no son las típicas que tenemos en mente cuando pensamos en las Olimpiadas. Desde luego que disfruto con la rivalidad entre los mejores, como Le Clos y Phelps; sin embargo, en las Olimpiadas siempre me inspiran esas eliminatorias en las que el atleta de un país remoto rompe el récord nacional. Puede que no esté tan cerca como para llegar a la final, pero el espíritu de los juegos está vivo cuando vemos a los mejores de cada país dando lo mejor de sí mismos. Se me saltan las lágrimas con esas pruebas. También me encanta ver a los que optan a medalla. La prueba de doscientos metros es mi preferida en todos los estilos, y también los doscientos metros estilos porque ahí es donde hay más estrategia.

A.L.: ¿Qué nadadores nos recomendaría por su espíritu o personalidad?
S.T.: Aleksandr Popov, por ejemplo. Les hablo a los nadadores de él en cada concentración. Hizo cincuenta metros libre en 21.6 segundos hace casi dos décadas y el oro olímpico en 2016 estuvo en 21.4 segundos. Popov no tenía bañadores especiales ni los trampolines de ahora. Él es un fuera de serie como atleta.

A.L.: ¿Qué estilo ve más prometedor en los próximos años?
S.T.: No sé cómo va a evolucionar la natación en cada campeonato, pero creo que seguirá progresando en general y en las pruebas largas en particular. En las grandes distancias puedo ver a los atletas manteniendo la distancia por brazada mientras entrenan una frecuencia más rápida. Creo que eso es lo que hace Ledecky. En la nueva edición de mi libro muestro que la distancia por brazada es un efecto de la mecánica de la brazada, es decir, hasta dónde se desplaza el cuerpo como resultado de la acción de la brazada. En cuanto a la frecuencia, es un efecto de los entrenamientos. De ahí que diga: “El entrenamiento importa”. Los nadadores no pueden mantener la distancia por brazada y la frecuencia a menos que entrenen para lograr esa combinación. Algunos nadadores mantendrán esos ritmos durante la mitad de la carrera e incluso un poco más, pero aquellos que entrenen para mantenerlo más tiempo batirán los récords. Escuché que Popov entrenó de esta manera incluso para el cincuenta metros libre. Él no permitió que la frecuencia bajara ni siquiera en los dos o tres ciclos de brazadas finales.

A.L.: He leído que la lectura y la natación son bastante similares porque son actividades solitarias y muy gratificantes. Necesitamos una buena novela sobre la natación.
S.T.: Nunca he pensado en las similitudes entre la natación y la lectura o la escritura. Tienes razón. Ambas me encantan por las características que señalas. Me sumo a tu esperanza de que un día haya una gran novela sobre la natación.

9 de marzo
Andrés Lomeña

jueves, 1 de marzo de 2018

CONTRA LA LECTURA: ENTREVISTA CON MIKITA BROTTMAN

La autora de Contra la lectura (Blackie Books, 2018) nació en Sheffield en 1966. Es doctora en literatura inglesa, psicoanalista y profesora en el Maryland Institute College of Art, en Baltimore.

ANDRÉS LOMEÑA: Su libro Contra la lectura empieza con una comparación entre los placeres de la lectura y las consolaciones de la masturbación. Sé que el título no tiene que leerse de forma literal, ya que usted defiende el acto de lectura, pero no su idealización sistemática. Me pregunto qué tipo de reacciones ha provocado el libro en profesores, pedagogos y otras personas de humanidades.
MIKITA BROTTMAN: Cualquiera que lo haya pensado un instante, sabe que en realidad no me opongo a la lectura. La mayoría de personas con algo de juicio se dieron cuenta de que el título no iba en serio. Las personas de humanidades que han leído y analizado la obra parecían estar de acuerdo conmigo, al menos la gente de la universidad. Creo que muchos lo ven del mismo modo que yo: están cansados de la presuposición irreflexiva de que la lectura, por su propia naturaleza, es virtuosa. También creo que muchos temen decirlo.

A.L.: Su argumento principal es que el acto de lectura no desemboca necesariamente en la mejora del ser humano. Agradezco de veras su mordacidad porque creo que el humanismo es bastante ingenuo a la hora de destacar el valor social de la literatura. ¿Cuál ha sido la razón principal para concebir su proyecto? No sé si prima su enfado hacia los profesores de literatura que tuvo, lo ridículo que le parecen los clubes de lectura o el hartazgo del elitismo interpretativo en la literatura.
M.B.: Pues justo todo lo que estás señalando. Quería poner este fetichismo de la lectura en un contexto cultural e histórico más amplio para mostrar que el acto de leer solo se ha considerado virtuoso desde hace muy poco (antes era malo, o una pérdida de tiempo, o pecaminoso). Así bajarían a La Tierra algunos. Quería ofrecer un contrapeso. Además, quería recordar que la lectura puede ser muy poco práctica y que no te hace forzosamente más feliz ni mejor persona. Es suficiente con que nos proporcione placer. No hay necesidad de justificarla en base a ese humanismo social del que hablas.

A.L.: Cumbres borrascosas fue una mala herramienta para su educación sentimental. En mi caso, El guardián entre el centeno no consiguió el efecto deseado. Además, Werther me transmitió una idea totalmente equivocada sobre el amor. ¿No será que usted quería atacar el idealismo y el romanticismo en la literatura?
M.B.: Estoy convencida de que hay un momento para el idealismo y para el romanticismo. Ese momento se da cuando eres más mayor y has experimentado el amor y las relaciones románticas, y necesitas algo sobre lo que fantasear; así puedes seguir creyendo en esas ideas y recordar días llenos de pasión. Cuando eres una chica y no has tenido una sola relación, no creo que sea de mucha ayuda creer que vas a conocer a una persona especial a la que serás fiel toda la vida. Ahí necesitas dosis de realismo. Cuando eres más mayor y también más cínico respecto a la condición humana, entonces te viene bien el idealismo.

A.L.: En su libro rescata una historia muy divertida de David Lodge en la que unos profesores de literatura confiesan las grandes obras maestras que no han leído. Uno de ellos menciona Hamlet y su trayectoria académica se va al traste. ¿Qué grandes novelas no ha leído? No tenga miedo, yo aún no he podido con Ana Karenina, El conde de Montecristo o Grandes esperanzas...
M.B.: ¡Hay muchas! No creo que sea algo de lo que avergonzarse. Cada uno tiene sus gustos. He intentado leer Finnegan's Wake más de una vez y nunca llegué muy lejos. Lo mismo con el Ulysses. Tampoco he leído El conde de Montecristo ni Robinson Crusoe. Nunca he leído las obras históricas de Shakespeare. Me cuesta leer obras poco narrativas sin muchos personajes femeninos. Es solo mi gusto personal.

A.L.: ¿Qué piensa de los derechos del lector de Daniel Pennac?
M.B.: Pennac se dirige a una mayoría que se siente culpable porque no disfruta con la lectura o no lee lo suficiente. Yo me dirijo a una minoría que lee demasiado. No me gusta su “derecho a leer en voz alta” porque eso puede ser muy molesto, del mismo modo que puede ser molesto que alguien haga ruido, ya sea un bebé llorando o un adulto hablando por el móvil. No hay nada especial en el ruido de alguien que lee. ¡Guárdatelo para ti!

A.L.: Sé que esto no es una competición, pero tengo que preguntarle cuántos libros lee al año.
M.B.: Esta es una de las preguntas que transforman los libros en un fetiche. Nunca he intentado contarlo y no sabría cómo hacerlo. Leo algunos libros de pe a pa, pero qué hacemos con las obras de referencia que no he leído y que consulto. O con las que leí en su mayor parte, pero no terminé. Mi novio y yo nos leemos el uno al otro y alternamos capítulos a diario. ¿He leído esos libros? También escucho muchos audiolibros y he releído un montón de obras. ¿Cómo debería contabilizar?

A.L.: ¿No ha pensado en escribir una secuela? Ya le digo yo el título: La mortificación solitaria. Contra la escritura.
M.B.: ¡Es una gran idea y un título magnífico! La escritura también está idealizada como si fuera una virtud en sí misma, al margen de lo que escribas. Hay numerosos grupos de escritura creativa, talleres, clubes y clases. Hace poco descubrí una tendencia muy popular en Estados Unidos donde un grupo de personas se conoce en una cafetería o en un bar solamente para escribir. Me imagino que la idea de estar juntos servirá de ayuda, pero la escritura es una actividad solitaria. Si quieres escribir, simplemente escribe. No necesitas arreglarte ni salir a conocer gente para escribir. Eso es lo que haces cuando has terminado y necesitas un descanso.

A.L.: Díganos un libro que recomendarías para quedarse dormido.
M.B.: Oblómov de Iván Goncharov.
- Otro para acostarse con alguien.
M.B.: Los 120 días de Sodoma del marqués de Sade.
- ¿Y para reír?
M.B.: A Rationale of the Dirty Joke de Gershon Legman [un análisis cultural e histórico de más de dos mil bromas y cuentos tradicionales].
- Una obra para llorar.
M.B.: Or Not to Be: A Collection of Suicide Notes de Marc Etkind [sobre las notas de suicidio de personalidades como Van Gogh o Sylvia Plath].
- Algo para leer en el váter.
M.B.: Halo in the Sky: Observations on Anality and Defense de Leonard Shengold [un estudio psicoanalítico y literario de la fase anal freudiana].
- Por último, un libro para saber morir.
M.B.: El último recurso de Derek Humphry [un manual para moribundos sobre cómo suicidarse].

1 de marzo de 2018
Andrés Lomeña