lunes, 11 de julio de 2016

ENTREVISTA CON KATHERINE BODE

Profesión: Profesora en la Universidad Nacional Australiana
Obras destacadas: Reading by Numbers
Palabras clave: literatura australiana, Humanidades Digitales
Fecha de realización: 11 de julio de 2016

ANDRÉS LOMEÑA: En su libro Reading by Numbers ha comentado las fortalezas y debilidades de las Humanidades Digitales. ¿Ha encontrado resistencia contra este nuevo campo de investigación en su país?
KATHERINE BODE: Creo que como en todas partes. En Australia hay académicos que son reacios a las Humanidades Digitales y hay quienes las aceptan de buena gana (y, por supuesto, los hay que aún no se han decidido). Las preocupaciones del primer grupo son prácticamente similares en Australia que en el resto de lugares: las Humanidades Digitales serían una manifestación del impulso neoliberal para mercantilizar la investigación, o bien fracasarían a la hora de producir resultados útiles. Creo que es importante darse cuenta de que las Humanidades Digitales no son algo compacto. No solamente son un conjunto de debates y prácticas diversas de las diferentes disciplinas humanísticas; además, los profesionales adoptan diferentes enfoques dentro de esos campos. Por ejemplo, las Humanidades Digitales aplicadas a los estudios literarios muestran una división entre quienes están interesados por la teoría y aquellos a los que les preocupa la historia. Dentro del campo de la historia, hay un amplio rango de paradigmas, como la Text Encoding Initiative (TEI), la edición académica digital, la historia literaria rica en datos, la compilación digital, el desarrollo de bases de datos, etcétera.
Lo que nombras como fortalezas y debilidades de las HD es mi manera de preguntarme acerca de cómo Franco Moretti ha empleado un marco cuantitativo y digital, y de qué manera se relaciona con los enfoques que ya tenemos sobre la historia del libro. En un artículo que estoy preparando para la revista Modern Language Quarterly desarrollo esta crítica al atribuir ciertos problemas de la “lectura distante” a ideas preconcebidas que hemos heredado de la tradicional “lectura atenta” de los estudios literarios. Aún está en fase de preimpresión:
https://katherinebode.files.wordpress.com/2014/07/equivalence1.pdf
En este tipo de crítica, donde las Humanidades Digitales están específicamente sometidas a examen, es tan necesario refutar la visión homogénea que prevalece entre quienes están fuera de este campo de estudio como enriquecer la discusión y la reflexividad desde dentro de ese marco de trabajo.

A.L.: ¿Cómo ha encarado el reto de aprender métodos cuantitativos en el ámbito de la literatura?
K.B.: Hay tantos métodos en las Humanidades Digitales que no creo que sea viable o deseable adquirir competencias en todos ellos. En lugar de eso, creo que la mejor forma de acercarse a las HD es dejarse llevar por las preguntas de la investigación que te interesan. Soy consciente de los diferentes métodos que están desarrollándose o aplicándose en las Humanidades Digitales al acudir a charlas y conferencias, leyendo blogs y hablando con colegas de profesión. Sin embargo, lo que me motiva es aprender a aplicar un método particular cuando pienso: “Eso puede ayudarme a investigar el tema X o la idea Y a la que he llegado en mi investigación”, que es una historia de la lectura y del libro. A continuación, intento encontrar un curso sobre ese método (hay un número creciente de esos cursos ahora, ya sean de pago o gratuitos), pero también puedo elegir aprender por mí misma, leyendo la documentación asociada y experimentando con la herramienta. En cualquier caso, siempre buscaré artículos que se refieran al potencial crítico del método en particular y a describir su forma de uso. Es muy importante que reconozcamos e investiguemos las ideas preconcebidas y los argumentos que subyacen a los métodos de las Humanidades Digitales, al igual que ocurre en las humanidades en general (o en cualquier otro campo de estudio).

A.L.: ¿Cómo definiría la literatura australiana después del “giro transnacional”?
K.B.: El llamado giro transnacional ha sido un rasgo fundamental en la crítica literaria australiana de la última década. Robert Dixon, uno de los académicos más prominentes de este giro, lo describe como la intención de “explorar las muchas formas en que la literatura nacional siempre ha estado conectada al mundo” (“Australian Literature-International Contexts,” 2007, 20). Esto significa que debemos tomar en consideración las obras y autores en relación a la traducción, las culturas internacionales, las formaciones intelectuales, los premios o los sistemas de medios y la edición internacional (este es el área que a mí me interesa).
El gran beneficio del giro transnacional es que desafía la definición de literatura australiana que habíamos utilizado en el pasado: textos de autores que nacieron o vivieron la mayor parte de sus vidas en Australia, y también escritos centrados en asuntos australianos. Ahora nos preguntamos qué se considera “australiano” y lo pensamos a través de diferentes contextos. Encuentro el giro transnacional un contexto muy interesante con el que trabajar porque, al igual que en cualquier investigación basada en datos, sitúa la categorización en el centro de la reflexión. Aunque los análisis cuantitativos se perciben como positivistas, creo que el giro transnacional y los estudios literarios basados en datos tienen un gran potencial crítico ya que nos fuerzan a reflexionar sobre los términos con los que construimos nuestros objetos de estudio.

A.L.: Sé que es prácticamente imposible delinear la literatura australiana en unas pocas líneas, pero cualquier introducción sería bienvenida para comprender cómo las “obras menores” [sic] que ha estudiado fueron eclipsadas por las obras maestras de la literatura australiana.
K.B.: Lo cierto es que las “grandes obras” consiguieron ser diferentes en periodos muy distintos. A mediados del siglo XX, por ejemplo, los grandes escritores del siglo XIX eran autores como Henry Lawson y Banjo Patterson, los llamados “poetas del campo” [bush poets]. Con el nacimiento de la crítica literaria feminista a finales de los sesenta y los setenta, esos autores y la tradición que los ensalzó empezó a ser vista como “masculinizada” y orientada hacia una cultura del campo que no reflejaba las vidas de la mayoría de los australianos. Autoras como Miles Franklin y Ada Cambridge adquirieron relevancia. Todo esto no es más que una forma de decir que las grandes obras y autores son algo variable. La premisa de mi libro Reading by Numbers era que, dada esta contingencia, sería útil considerar la historia de la novela australiana basándome en lo que se leía y se valoraba en el pasado, más que en lo que ahora lee y valora la crítica literaria.
Con esa precaución en mente, me hace ilusión ofrecerte mi perspectiva del siglo XXI de los “grandes autores” de la tradición literaria australiana. En el siglo XIX destacaría obras como Mi impresionante carrera de Miles Franklin y Para el resto de sus días de Marcus Clarke. En la lista de principios del siglo XX incluiría El principio de la sabiduría de Henry Handel Richardson y Así es la vida de Joseph Furphy. Patrick White y Christina Stead son grandes autores de la mitad del siglo XX con obras como Tierra ignota y El hombre que amaba a los niños, respectivamente. Poetas como Les Murray y Oodgeroo Noonuccal han sido muy relevantes en las letras australianas a finales del siglo veinte, así como novelistas como Thomas Keneally, Kate Grenville, David Malouf y Tim Winton. Entre los autores más interesantes y con un perfil literario más alto, señalaría a Nam Le con su obra El barco, y a Alexis Wright, cuya novela Carpentaria es, a mi parecer, una de las obras australianas más innovadoras publicadas hasta la fecha.

A.L.: Su tarea no hubiera sido posible sin el proyecto AustLit (http://www.austlit.edu.au). Me pregunto si podríamos importar su metodología para investigar la literatura española.
K.B.: AustLit fue la fuente primaria para Reading by Numbers, la base de datos de todo lo que he rastreado, modelado y analizado para explorar la historia de la novela australiana desde la perspectiva de lo que se publicó y que estuviera disponible para su lectura. Cualquier bibliografía digital que permita a los usuarios buscar y exportar resultados de forma aceptable para el análisis cuantitativo es susceptible de usarse como la base primordial de este tipo de proyectos. Si vuestra biblioteca permite eso, se puede usar, pero los investigadores necesitarían calcular cuál es la cobertura bibliográfica y en qué categorías literarias se centra. Por ejemplo, AustLit, como la mayoría de las bibliografías, se centra en lo literario más que en el género “ficción”, así que esa fue una de las características de la base de datos que tuve en cuenta en mi análisis.

A.L.: Su próximo libro se llamará A world of fiction: digital archives and the future of literary history. No sé si ha usado la palabra “mundo” con alguna intención concreta. ¿Qué nos espera en su nueva inmersión literaria y digital?
K.B.: Aunque me interesa la world literature, no uso el término “mundo” en ese sentido. Lo hago con dos intenciones. La primera es una referencia distendida a la imagen espuria que la digitalización masiva nos ofrece del “mundo”, esto es, el acceso a todas y cada una de las obras de la literatura que han existido. En realidad, lo que está digitalizado es una subsección (y a menudo una subsección muy menor) de lo que se ha recopilado en archivos. En las colecciones digitales (y en las bibliografías digitales) necesitamos ser conscientes de la amplitud y de todas las ausencias para usarlas con inteligencia.
El segundo sentido de “Un mundo de ficción” es para referirme a la literatura que estoy estudiando en el libro. Analizo la inagotable base de datos de la National Library of Australia, que es la recopilación de periódicos históricos más grande y completa que hay, donde he descubierto que la ficción de todo el globo apareció en esas publicaciones periódicas australianas durante el siglo diecinueve: de Bretaña, América y Australia, pero también de Austria, Canadá, Francia, Alemania, Holanda, Hungría, Nueva Zelanda o Rusia. Las tecnologías digitales (tanto los archivos como los métodos disponibles) han hecho posible, por primera vez, descubrir un corpus de ficción e investigar estas publicaciones y su contexto literario.

A.L.: Muchas gracias por brindarnos la oportunidad de acercarnos a la literatura de su país.
K.B.: Quisiera reiterar que los recursos y métodos digitales no son intrínsecamente buenos o malos. Pueden usarse crítica e inteligentemente… o no. Más que celebrar o lamentar la llegada de esos recursos y métodos, la tarea que resulta apremiante es someterlos al estudio que siempre hemos reservado para sus hermanos analógicos: ¿Es un archivo útil? ¿Por qué o por qué no lo es? ¿Qué me permite entender de la obra literaria este nuevo paradigma crítico? Y así sucesivamente. Hay académicos mucho mejor preparados para indagar con herramientas no digitales, de ahí que tengamos que desarrollar una nueva forma de alfabetización. En todo caso, los humanistas ya poseen los pilares más importantes (el pensamiento crítico e historicista) con los que elevar las Humanidades Digitales.