La filosofía, una vez más, agoniza. La LOMCE la condena al ostracismo y a la vez refuerza el peso de la religión. El ministro de Educación, José Ignacio Wert, se permite la indecencia de afirmar que las diferencias por la LOMCE son sólo políticas. Ilustres filósofos como Adela Cortina, José Antonio Marina o Fernando Savater, entre otros, han defendido la asignatura de filosofía y han explicado por qué su eliminación supone una debacle para nuestra cultura. Hasta ahora sus vindicaciones no han servido para nada. Lo cierto es que los argumentos no han funcionado porque quienes gobiernan están siendo deliberadamente sordos a esos argumentos. El monopolio de la verdad, al parecer, lo ostentan ellos. ¿Por qué mantener una asignatura que trata de discutir sobre lo relativa que puede llegar a ser la verdad, si ellos ya están convencidos de poseerla? Nos olvidamos de que la filosofía que se imparte en el instituto ya ha sufrido cambios en su programa: antes se estudiaba a Habermas y ahora se estudia a Rawls. Estos nuevos vientos liberales no han bastado para aplacar esa obsesión psicopática por el individualismo y lo práctico, así que ahora necesitan aniquilar la filosofía al completo.
Entramos de lleno en lo que George Steiner llamó “poscultura”. El Gobierno impulsa un desaforado y suicida ataque a las ideas y la destrucción de nuestro capital intelectual será inmensurable. El ministerio de Educación está convencido de que la excelencia produce excelencia y sostiene, con buen criterio, que la mediocridad produce mediocridad. El genio no surge de la nada y la mediocridad difícilmente engendrará excelencia. Estas reflexiones sobre la reproducción y la transformación de lo que existe ya fue anticipada, a su manera, por los presocráticos, pero es algo que quizás los impulsores de esta ley no estudiaron con excesivo interés y desde luego van a garantizar que no se estudie en el futuro.
Los institutos desaparecerán tal y como los hemos conocido. Ya lo advirtió Terry Eagleton respecto a la educación superior en su artículo La muerte de las universidades. Los centros de educación secundaria también pierden horas de música, así que ganarán peso las asignaturas de carácter técnico. Quieren acabar con el absentismo escolar triturando las asignaturas que pueden ofrecer un bálsamo a un sistema educativo que muchos estudiantes no comprenden. Los alumnos no son ganado al que ha de marcarse con números. Y la escuela, hostigada por los cambios legislativos desde hace décadas, puede convertirse en una cárcel: un dispositivo de retención de ciudadanos en lugar de un centro de adquisición de conocimientos. Leer a Foucault es útil para aprender sobre el nacimiento de las prisiones: el filósofo francés citó explícitamente las escuelas. Pero Foucault era un filósofo, así que dudo que quieran acercarse a su obra para entender sus observaciones sobre el régimen disciplinario.
En la obra El precariado, Guy Standing habla del infame proceso hacia la eliminación de todo lo que se considera “prescindible”. Es una queja tan legítima como frecuente que podemos encontrar en ensayos como Sin fines de lucro de Martha Nussbaum o en La utilidad de lo inútil de Nuccio Ordine. Standing advierte de un peligroso descenso a los infiernos de la política: círculos viciosos que se van devorando a sí mismos ya que nada parece ser verdaderamente imprescindible. Sólo podemos contraponer a este paisaje dantesco una propuesta entusiasta y valiente que renueve las fuerzas utópicas en defensa de la educación pública, lo que Guy Standing llama un asalto a los cielos de la política. Y si en ese asalto tienen que caer las divinidades a las que el Gobierno protege abiertamente, que caigan. Aun así, el objetivo primordial es otro: detener la hemorragia democrática que padecemos mediante el rescate de una asignatura que discute explícitamente sobre qué es y debe ser una democracia real.
Resulta llamativo que en esta perversa búsqueda de lo útil no haya salido a debate público la utilidad de la religión, la hora semanal dedicada al “proyecto integrado” o la hora semanal de tutoría. Una vez más, los alumnos no son ganado: tengan en cuenta también sus opiniones acerca de dónde pierden más el tiempo. De eso saben más que nosotros. Quienes ocupan los sillones prefieren las cortinas de humo, como hablar de si la educación se puede garantizar en español o no. El resultado de esta macroestrategia de distracción es que sólo se ha considerado prescindible la filosofía, convertida en la quintaesencia de lo inútil... como si, siguiendo la demagogia del Gobierno, fuera útil la trigonometría para quienes quieren ser abogados o deportistas profesionales. En el fondo, los políticos que han diseñado esta ley saben mucho de filosofía (la rama que más dominan es la polemología: la ciencia que estudia el arte de hacer la guerra), concretamente sobre la función de los sofistas: se han servido de la retórica y de sus posiciones de poder para llevar a cabo toda una “semántica de combate” contra las humanidades.
Si hay algo en lo que difiero de muchos filósofos es en la respuesta que se debe dar. Muchos apuestan por la reacción sosegada, por la argumentación y por llegar a un consenso. Eso es lo que pretendió Ángel Gabilondo, heredando, a mi juicio, esa idea habermasiana según la cual hay una pretensión de comunicación y acuerdo. Ya ven ustedes a qué acuerdo hemos llegado: a que todos aceptemos esta farsa de educación pública. El potencial polemógeno (bélico) al que se enfrenta el sistema educativo no puede responderse con una ingenua irenología (los estudios que versan sobre la paz). La filosofía tiene que levantarse y ensalzar su lado dionisíaco, esa vertiente báquica, guerrera e iracunda. La filosofía no aceptará una muerte dulce. Rescatemos la filosofía. No por el bien de la filosofía misma, sino por el de la sociedad, que se parece cada vez más a una fiesta de suicidas, según la expresión usada por el filósofo alemán Peter Sloterdijk. Sí, lo he dicho bien, un filósofo alemán, pues allí siguen existiendo y parecen estar en plena forma.
Lo digo con todo el ánimo de polemizar: me parece un poco "la philosophie c'est moi". Un abrazo.
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