LA COMIDA Y LA LITERATURA
ANDRÉS LOMEÑA: La literatura y la comida están conectadas, al menos, desde la ambrosía y la manzana de Eva hasta la novela Chocolat de Joanne Harris. ¿Por qué cree que hasta ahora casi nadie se ha aproximado al estudio de la imaginación culinaria en la ficción?
SANDRA M. GILBERT: Ha habido muchos estudios sobre la alimentación en la ficción y en la poesía, y también algunos desde un punto de vista filosófico. Dos estudios recientes que pueden interesarte son el de la filósofa Caroline Korsmeyer (Making Sense of Taste) y el de la crítica literaria Denise Gigante (Taste: A Literary History), pero hay algunos otros. La gran ensayista y biógrafa M. F. K. Fisher, a veces considerada una “simple” escritora de alimentos, escribió a lo largo de su carrera sobre las emociones y la estética del apetito. Su autobiografía culinaria, The Gastronomical Me, es una lectura imprescindible en este sentido, aunque algunos de sus otros libros (por ejemplo, su precoz An Alphabet for Gourmets) son verdaderamente estimulantes.
A.L.: Como antiguo estudiante de literatura comparada, usted cambió el modo en que yo leía ficciones. La imaginación culinaria, a primera vista, parece un texto menos combativo que aquel por el que todos la conocíamos: La loca del desván. ¿Qué intención exacta tenía a la hora de escribir esta historia cultural?
S.G.: Tu comentario sobre la obra que mi colaboradora Susan Gubar y yo publicamos en el ámbito de la crítica feminista y la teoría es todo un honor. He de decir que nosotras defendíamos entonces (junto con muchos otros teóricos de nuestra generación) que “lo personal es siempre político”, como ocurre, de hecho, en lo poético. Así que supongo que mi primera respuesta sobre la política de mi libro es que por supuesto cualquier estudio de la imaginación va a ser un estudio de la política de la imaginación: su lugar en el mundo, en la cultura y en la sociedad. Dicho esto, es cierto que mi libro empieza con una mirada general de las formas en las que, especialmente en Occidente, hemos representado la comida, el mundo de la cocina y el acto de comer desde (de ahí el subtítulo) “el mito a la modernidad”.
Mi propósito era y es intentar explicar a otros y a mí misma por qué y cómo estamos tan obsesionados con los asuntos gastronómicos en la actualidad. Para explicar algo así tuve que bucear en el pasado e intentar comprender la historia de la representación culinaria (en la ficción, la poesía, la pintura, el drama, el cine, la televisión, etcétera) desde entonces hasta ahora. Es inevitable que esa clase de historia sea una historia de la política cultural y social, así como una historia de la estética.
A.L.: Disfruto cuando leo sobre el vino de Málaga en las novelas de Balzac porque soy de Málaga, pero estos hallazgos para mí son algo infrecuentes.
S.G.: Me sorprende que no encuentres temas culinarios en las novelas porque en el transcurso de mi investigación estuve desbordada (¿Debería decir “empachada”?) por el número de obras que se centran en la comida. Desde Rabelais a Fielding y Proust, casi todos los escritores parecen hambrientos. Podríamos llegar hasta Homero. Recuerda que Fielding dijo que La Odisea era una “épica glotona”. He analizado una serie de novelas contemporáneas, empezando por libros infantiles estadounidenses (Little Women, Raggedy Anne and Andy) y después algunos autores como Jean Paul Sartre (La náusea), Sylvia Plath (La campana de cristal), Margaret Atwood (La mujer comestible), Nora Ephron (Heartburn: el difícil arte de amar) y escritores detectivescos como Rex Stout y Diane Mott Davidson. Y no estoy más que empezando a poner sobre la mesa la comida literaria que podría ofrecer.
A.L.: Desde Gargantúa y Pantagruel hasta Big Brother de Lionel Shriver, la comida y el exceso parecen conceptos muy cercanos. Sin embargo, la magdalena de Proust es una herramienta para activar los recuerdos, en La isla del tesoro un barril de manzanas sirve de escondite y en la saga de R. R. Martin, un pastel o un vino pueden ser un veneno. ¿Cuáles son las principales funciones sociales de la comida en la literatura?
S.G.: Quizás una de las más sorprendentes, aunque puede que no sea muy impactante, sea la centralidad de la comida en la literatura y el audiovisual, como el cine y el vídeo. Piensa en el Ulises de Joyce, por ejemplo, y cómo empieza con la visión de Leopold Bloom en la cocina, cocinando riñones de cerdo (algo simbólicamente muy importante) y termina con Molly Bloom y el paté de cerdo. Eso los define. Y piensa en Al faro de Virginia Woolf, con la epifanía del estofado de buey, un magnífico manjar de vida y amor que la señora Ramsay trae junto con una historia familiar. O piensa en todos esos poemas sobre comida cotidiana (nuestro pan de cada día) de autores como Pablo Neruda y William Carlos Williams. ¿Es posible que ahora nos acerquemos a los alimentos sagrados de las ceremonias religiosas a través del alimento secular?
A.L.: Disfruté mucho la novela La cena de Herman Koch porque no es una obra sobre alimentos, sino sobre la ética de unos ciudadanos de clase alta que comen y beben despreocupadamente. El goce de la comida está directamente conectado a la inmoralidad de los personajes. ¿Qué otras conexiones éticas, políticas, sociales o sexuales encontró entre la comida y la literatura?
S.G.: La comida se vincula a la locura y la inmoralidad (piensa en películas como La gran comilona), pero también es el modo secular de admirar lo sagrado en un mundo escéptico. La mayoría de los rituales teológicos conllevan comer y beber, trasladando el mundo al cuerpo. La mayoría de nosotros, en teoría sociedades occidentales modernas, ya no participamos en tales rituales; ¿no será que realizamos un cierto homenaje a nuestra propia especie agradeciendo nuestro lugar en la cadena alimenticia? Además, si somos conscientes de las desigualdades sociales, conocemos de sobra los horrores de la llamada “inseguridad alimentaria” (pobreza, hambrunas) en un mundo donde algunos estamos peligrosamente sobrealimentados.
A.L.: Seguro que la chic lit ha tenido éxito a la hora de integrar la comida en sus tramas. ¿Qué pasa con los demás géneros? Elaine Freedgood ha destacado la importancia de los objetos en la ficción y los alimentos pueden ser parte de esos objetos que la crítica ha descuidado hasta ahora.
S.G.: Freedgood lleva toda la razón. Como dijo William Carlos Williams: “Sólo hay ideas en las cosas”. ¿Era un manifiesto moderno? La comida, tanto si es alimento sintético (como en la película de ciencia-ficción Cuando el destino nos alcance), como si es real, representa algo central para nuestra cultura y sería definitivamente un error subestimarla. Basta con encender la tele, ver películas, ir a los museos y galerías de arte (EAT ART) e incluso leer algo del subgénero “novela de recetas”. Leemos sobre comida porque pensamos sobre la comida y es curioso que veneramos y detestamos las cosas que comemos. Admiramos los blogs de cocina, pero odiamos los consejos dietéticos, y si pensamos en los problemas sociales, sentimos miedo a la presencia de la comida (que causa obesidad) y a su ausencia (que provoca la inanición).
A.L.: Una broma final sobre las diferentes teorías literarias. ¿Con qué alimentos las asociaría? Yo propondría las esferificaciones de Ferran Adrià para describir la deconstrucción, las patatas para referirme al marxismo o una hamburguesa del McDonald como metáfora de los estudios culturales.
S.G.: Estoy totalmente de acuerdo: la deconstrucción y Adrià parecen el mismo fenómeno. Si sigues la serie Los Simpsons, quizás recuerdes un episodio en el que la madre de esta extraña familia típicamente norteamericana empieza a bloguear con sus hijos y cena en un restaurante de “gastronomía molecular” llamado El Chemistri donde comen una “ensalada César deconstruida”. Una hamburguesa sería algo idóneo para los estudios culturales, pero no estoy segura de qué sería lo adecuado para autores como Harold Bloom, Judith Butler o Terry Eagleton. ¿Debería meterlos a todos en una nueva versión de la sopa minestrone, que no sea demasiado pesada ni pretenciosa, con judías, grandes tacos de jamón dulce y algunos frutos secos?
A.L.: Un digestivo para terminar...
S.G.: Recuerda la gran frase de John Keats: “La poesía de la tierra jamás se extingue”. La transformaré para decir: “La poesía de la comida nunca se extingue”. Gracias por tus preguntas... y buen apetito.
Andrés Lomeña
23 de octubre de 2014
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