sábado, 13 de julio de 2013

ENTREVISTA CON MICHAEL MCKEON

Entrevista recuperada (se hizo en 2011).

Releyéndola ahora, me gusta más que la primera vez que lo hice. Mola no haberla perdido.

ENTREVISTA CON MICHAEL MCKEON

ANDRÉS LOMEÑA: Mi primera pregunta es sobre la “naturaleza” de la sociología de la literatura. Algunos libros consideran los análisis culturales de Fredric Jameson como sociología literaria, pero no los de Stephen Greenblatt. ¿En qué se basan estas etiquetas?
MICHAEL MCKEON: Sólo puedo especular, pero creo que estos académicos tienen diferentes raíces intelectuales. Desde el principio, Jameson escribió explícitamente desde la tradición marxista, dando forma y mejorando su propia teoría frente a las de otros, muchos de los cuales, marxistas y no marxistas, también se vieron a sí mismos como sociólogos de la literatura. Para algunos, la diferencia entre el marxismo y la sociología de la literatura no ha sido más que una cuestión de tecnicismos, puesto que comparten la ambición básica de comprender las relaciones entre la literatura y el reino de lo social, a través del estudio empírico mediante un método epistemológico autoconsciente.
El nuevo historicismo parecía tener una relación tangencial con la sociología de la literatura, al menos cuando presencié su nacimiento en los años ochenta. Sonaba como un retoño de la teoría postestructuralista, cuya ambición era ir más allá de la determinación lingüística dentro del estudio de la historia, sin sacrificar la autoconsciencia epistemológica que hizo del postestructuralismo algo tan atractivo para muchos críticos literarios. En la práctica, sin embargo, los neohistoricistas mantuvieron un escepticismo radical sobre el método empírico y se negaron a sacrificarlo. El resultado fue un conjunto de técnicas “literarias” indirectas que evocaban lo social mientras preservaban el rechazo a una postulación ingenua de lo real. Esta estrategia se concentró principalmente en los juegos de poder; esta supuesta determinación del poder parecía tener más que ver con una preconcepción general que con casos demostrables que fueran resultado de la investigación histórica.

A.L.: Participó en Reconsidering the rise of the novel. Me gustó el artículo de Lennard J. Davis según el cual las novelas son, en cierto modo, la historia de las teorías de la novela. También Olaf Simons publicó The rise of the novel revisited. ¿Cuál es la laguna más relevante sobre el origen de la novela?
M.M.: No recuerdo las palabras exactas del argumento de Davis, pero creo que es característico del género que las novelas sean “la historia de las teorías de la novela”. Las novelas tratan, entre otras cosas, sobre sus propios procedimientos formales. Tal y como yo lo entiendo, el “realismo novelesco” combina esta especie de representación reflexiva con una delicada dedicación a la representación del mundo más allá del texto. En The Origins of the English Novel, 1600-1740 describo extensamente cómo sucedió este logro dialéctico. En Theory of the Novel muestro cómo, a pesar de las reivindicaciones sucesivas para la innovación por parte de cada nueva generación de escritores y críticos, esta dialéctica llegó a ser una guía para la teoría y la práctica novelesca desde el siglo XVIII hasta el XX. Y en The Secret History of Domesticity he elaborado una teoría con apoyo empírico sobre los patrones distintivos del cambio histórico en el siglo XVII y XVIII, donde participó el género novelesco.
No creo que haya ninguna laguna en nuestro entendimiento de cómo y por qué la novela llegó a existir. Lo que nos falta es un amplio reconocimiento de que la teoría de un acontecimiento histórico, como el nacimiento de la novela moderna, necesita apoyarse en la práctica con argumentos empíricos y evidencias. Además, falta un amplio compromiso para pensar en los estándares cualitativos y cuantitativos del argumento empírico. El prejuicio contra las “metanarrativas” expresa en parte un prejuicio contra el método empírico y la cantidad de evidencia que se requiere hace que los argumentos se estanquen, aunque la historia literaria esté de algún modo exenta de los protocolos que se aplican a otras formas de hacer historia. En ausencia de esta base empírica (tanto si se debe a la pureza de la teoría o a una creencia de que la vulnerabilidad de un empirismo ingenuo elimina la necesidad de formular y practicar un empirismo sofisticado), la competición entre teorías se convierte en una disputa académica y aburrida.

AL: ¿Es posible establecer conexiones entre la teoría de los mundos posibles y la sociedad?
M.M.: Lo poco que sé sobre la teoría de los mundos posibles me hace dudar sobre la diferencia que existiría entre una sociología de los mundos posibles y una sociología de los “contenidos” novelescos (por ejemplo, los tipos de mundos ficcionales como algo distinto de los tipos de reflexividad formal). En teoría, ambas sociologías estarían interesadas en la relación entre las representaciones ficcionales y el carácter social de los agentes de la representación (el autor, la audiencia y los demás factores determinantes en la producción de ficciones). Pero, ¿acaso no está eso ya en la agenda de la sociología de la novela?
Quizás el problema radica en tratar como palabras sinónimas lo posible y lo ficcional, la ficcionalidad de los mundos posibles y la ficcionalidad de los contenidos novelescos. Los mundos posibles son distintos no sólo del mundo “real” sino también de los mundos “probables”. En la Poética de Aristóteles, y luego en las formulaciones del siglo XVIII, con la teoría moderna de la estética (ingleses como Dryden, Addison, Hume, Burke, Johnson y Wordsworth), la probabilidad juega un papel central en la delimitación de la mirada representacional de las ficciones que son estéticamente exitosas. Por ejemplo, son tan próximas al mundo real que persuaden a los lectores y consiguen lo que, en palabras de Coleridge, es una suspensión voluntaria de la incredulidad. La palabra probabilidad se volvió importante en 1650-1750, tanto en la filosofía natural (la ciencia) como en la representación ficcional (literaria). Si, como esta conjunción sugiere, el criterio de lo probable pertenece al realismo empírico de la novela, ¿a qué criterio pertenece lo posible? Durante el mismo periodo, las narrativas de los viajes imaginarios alcanzaron la cima de su popularidad; se afirmaba su veracidad, aunque estos viajes nunca habían tenido lugar, bien porque no ocurrieron, bien porque en sus narraciones se incluían elementos que no existían en la naturaleza y que iban más allá de la creencia empírica. ¿Entró la teoría de los mundos posibles en una relación dialéctica con la emergente teoría de los mundos probables de las novelas? Quizás tengamos que escribir una nueva historia tras la teoría de los mundos posibles, y no una historia renovada de la novela, sino una sobre las utopías y las distopías, sobre lo sobrenatural secular y lo fantástico. En este sentido, mírate Empirical Wonder: Historicizing the Fantastic, 1660-1760 de Riccardo Capoferro.

AL: ¿Cuál es la contribución de Franco Moretti a la sociología de la literatura?
M.M.: He sido un gran admirador de la obra de Moretti durante muchos años. Se instruyó, sin conformarse con eso, en la tradición continental de la hermenéutica y la teoría, incluyendo escritos sobre la relación entre literatura y sociedad, que Moretti usaba con sofisticación y originalidad. Me gustó su relativamente nuevo giro hacia el estudio cuantitativo de la literatura. Un estudio cuantitativo resulta lo más cercano al método científico por su ambición de usar datos cuantificables para ir más allá de la evidencia de un simple dato aislado. Por ejemplo, los datos sobre ventas e impresiones permiten coleccionar una gran cantidad de información que se puede usar para acercarse a los contenidos de las novelas y a la incidencia del género novelesco a través del tiempo. Según esta forma de cuantificación, pueden lanzarse argumentos sobre los patrones cronológicos del crecimiento y declive de la “popularidad” de la novela. Además, con un método de cuantificación del fenómeno social, se pueden establecer hipótesis con los patrones cronológicos de correlación entre un incidente en las novelas y la incidencia de ciertos problemas sociales. Así quizás surja una conexión, ya sea simplemente temporal o también causal, que contribuya a la sociología de la literatura.
Por desgracia, la obra de Moretti no ha cumplido con la promesa de su método. Hay algunos problemas, pero el básico para mí no es (como algunos críticos han escrito) que el alcance de la solución de Moretti esté limitado a emplear el método científico en la literatura; el problema es que se reduce a la cuantificación científica. Limitaría mi afirmación a la sección de los gráficos en su libro Gráficos, mapas y árboles, donde se ven los frutos potenciales de la cuantificación.
Cualquier intento de generalización tiene que partir de un entendimiento claro de aquello sobre lo que se quiere generalizar. Sin embargo, Moretti evita una definición básica del tipo de objeto (en este caso, la novela) sobre el que recoge los datos. Esto es particularmente problemático en el caso de la novela premoderna, cuya existencia como un género emergente no ha alcanzado el consenso de los críticos contemporáneos. Para ponerlo en términos experimentales, Moretti no tiene ningún criterio para separar las variables cualitativas presentes en todas las formas narrativas de las “constantes” literarias. La novela en sí puede identificarse, a pesar de esas variables, que por más gratificantes que sean, no definen el género como tal. Esto puede sonar como una tarea descorazonadora. El requisito básico es que la cuantificación se haga basándose en algunos principios consistentes que limiten el campo de estudio y que así sea plausible hablar de “novelas”. Sería un método nominalista (que incluiría esas publicaciones llamadas “novelas” en el título o en algún otro lado) con garantías suficientes para que el objeto de estudio sea constante.
No es una cuestión de adaptar procedimientos experimentales de los objetos naturales al estudio de los objetos culturales, como ya hicieron con claridad desde Locke a Hume. El esfuerzo de Moretti es mucho menos exitoso de lo que podría ser. Su ambición es dibujar la incidencia cronológica de las publicaciones novelescas sobre los últimos tres siglos, dividiéndolas donde sea posible en categorías menores (subgéneros). De vez en cuando, Moretti especula sobre las posibles correlaciones entre la novela y los datos políticos, pero no se esfuerza en cuantificar esto último. A falta de un criterio consistente para distinguir las novelas de otras cosas, él recolecta los datos basándose en un estándar invariable, pero obtiene la información de bibliografías de estudios secundarios sin preguntarse nada acerca de los estándares que han usado los otros académicos, o cómo pueden conciliarse unos con otros. El resultado es un conjunto de gráficos cuya apariencia informativa oculta el hecho de que se combinan criterios incompatibles (junto a métodos, géneros y subgéneros diversos: algunas de las categorías de Moretti están sacadas de otros académicos que usan sus invenciones conceptuales). Así que la información que contiene esos gráficos no tiene nada que contarnos acerca de la incidencia cronológica de la entidad llamada “novela”. Moretti cree que esta forma de trabajar ofrece grandes posibilidades para el futuro, pero la construcción y derivación de sus datos son fundamentalmente erróneas, así que en el futuro habrá que proceder con unas bases teóricas distintas.

AL: ¿En qué trabaja actualmente?
MM: Mi actual proyecto persigue un aspecto de una tesis más amplia sobre la que ya me he referido más arriba: el patrón general del cambio histórico en Inglaterra durante los siglos XVII y XVIII. Estoy interesado en cómo convergen dos formas distintas de categorización, la social y la sexual, así como en las nociones cambiantes sobre “lo natural”.
Al principio de este periodo, el sistema del estatus social implicaba distinciones entre quienes poseían honor (la nobleza y una parte de la alta burguesía) y una multitud de personas corrientes que carecían de ese rasgo. Entre los factores asociados al “honor” estaba la sangre nobiliaria, que fue concebida no sólo como algo fisiológica y naturalmente diferente de la de los comunes, sino también como un símbolo de calidad y virtud, por lo que fue un fuerte incentivo social para la inmovilidad social. Al final de este periodo, el sistema de estatus fue desplazándose hacia un sistema de clases basado en las relaciones sociales, cuyas reglas de movilidad social ya no tenían que ver con la “naturaleza”, sino con distinciones cuantitativas entre personas que tenían posesiones de dinero y propiedades. Ahí residía la clave para la distinción social.
Hablando esquemáticamente, el sistema de distinción sexual se desarrolló en la dirección opuesta. Cerca del 1600, la diferencia biológica entre hombres y mujeres jugó un papel secundario en esta distinción porque se percibía como perteneciente a un criterio comunitario más importante, como el de las relaciones de amistad, la función social y el estatus legal. Las mujeres estaban consideradas como una versión inferior de los hombres. Con la revolución científica del siglo XVII, el concepto de “lo natural” sufrió una alteración gracias a la autoridad del incipiente empirismo como modo normativo de conocimiento. La diferencia cualitativa (para bien o para mal) entre hombres y mujeres se sustituyó por estándares cuantitativos de diferencias naturales: tamaño, peso, estructura material y función. Los hombres y las mujeres se salieron de la práctica social y se concibieron en relación a diferencias físicas abstractas: la mujer llegó a ser “el sexo opuesto”. Por supuesto, las mujeres eran (y son) todavía consideradas inferiores porque estaban sujetas al poder patriarcal. Los estándares cualitativos fueron eclipsados por la dominante racional de la medida cuantitativa. En resumen, en el transcurso de este periodo el testigo de lo natural pasó del sistema social al sexual, donde permanece en buena medida la determinación moderna conocida como “identidad personal”.

AL: ¿Qué conclusiones generales podemos extraer de su exposición?
M.M.: A excepción de los modos literarios (drama, poesía y narrativa), los géneros literarios existen en la historia y cambian a lo largo del tiempo en función de las circunstancias históricas. Un signo del éxito desbordante del género novelesco es que su uso común ha perdido casi toda la especificidad de la definición que tenía en el pasado y ahora significa casi cualquier narración de cierta extensión. Por esta razón creo que es importante volver a lo que se dijo sobre la novela en el pasado, cuando su naturaleza genérica llegó a ser objeto de debates y desacuerdos explícitos (es más obvio este discurso en el momento de su nacimiento). Esto no nos dirá lo que “es” una novela, pero nos recordará el riesgo de la continuidad genérica, lo que subraya la creencia demasiado común de que la historia de la novela no es más que un nominalismo, ya que la novela puede ser casi cualquier cosa. Los géneros tienen que ver fundamentalmente con la capacidad de que cambie algún rasgo sin que cambien otras cosas. Uno de los trabajos del historiador literario es inferir, de ese principio negativo, los rasgos positivos que el género continúa poseyendo.
Para terminar, quisiera enfatizar la importancia de combinar los argumentos teóricos sobre los temas históricos como “el nacimiento de la novela” con una práctica de la investigación histórica basada en el método empírico. En tanto que ciencia social, la sociología de la literatura está claramente comprometida con la reciprocidad de la teoría y la investigación empírica. Al menos desde Marx, la práctica más poderosa de la historia empírica ha exigido una atención equilibrada a los ejes diacrónicos y sincrónicos de la experiencia, incluso si la mayoría de los historiadores tienden a enfatizar uno o otro. La división disciplinaria del conocimiento suele identificar el análisis sincrónico como algo idóneo para las ciencias sociales. No quiero contribuir a esta exoneración metodológica. Creo que hay que aprovechar la unidad dialéctica de esos ejes para reflejar lo que se aprende de sus trayectorias. Ambos se complementan.
La sociología de la literatura es la quintaesencia del estudio sincrónico, dado que su aspiración es sincronizar las estructuras “ideacionales” con las “materiales”. No obstante, el análisis sociológico de la novela en 1750 no puede obstaculizar la reflexión comparativa con la novela en 1850, aunque el fenómeno diacrónico sea externo a los propósitos de ese análisis. El valor del pensamiento interdisciplinar no es un mandato liberador para ir más allá de las divisiones disciplinarias; después de todo, el estudio interdisciplinario es insignificante al lado de la división disciplinaria de la que depende su inteligibilidad. La sociología de la literatura y la historia literaria están provechosamente informadas de su proximidad; la verdadera lección interdisciplinaria es que no son parciales e incompletas, sino partes necesarias de un todo.

1 de julio de 2011
Andrés Lomeña

No hay comentarios:

Publicar un comentario