sábado, 12 de mayo de 2018

ENTREVISTA CON DAVID ALWORTH

ANDRÉS LOMEÑA: Ha explorado el “mundo palpable” y ha descubierto que los lugares literarios aún son terra incognita. ¿Cómo se ha acercado a los sitios de la literatura como espacios para los encuentros sociales? Y sobre todo, ¿cómo deberíamos revisitar la historia literaria para comprender los lugares de las novelas y de otras ficciones?
DAVID ALWORTH: Tengo la sensación de que las localizaciones son un rasgo muy poco explorado en la ficción literaria y en las novelas en particular. Hay muchos libros excelentes sobre personajes, como el de los académicos Deidre Lynch, John Frow y Alex Woloch, pero la discusión sobre los lugares narrativos es difusa y dispersa. Creo que necesitamos una teoría de los lugares que sea comparable a la que se ha desarrollado para los personajes literarios. Idealmente, esa teoría se aplicaría a un amplio espectro de ficciones, desde los principios al presente. Yo empecé con las ficciones estadounidenses de posguerra, ya que esos relatos nacieron en un contexto donde el “lugar” era un término crucial para la producción cultural y literaria. De este modo, me di cuenta de que la historia de la novela es también la historia de la especificación de los lugares: el proceso de definir y delimitar un sitio particular y su sociabilidad. ¿Podríamos haber llegado, por ejemplo, al realismo literario sin lugares como las islas, los barcos, los interiores domésticos, las ciudades y las mansiones? Quizás, pero sería un tipo de realismo muy diferente que podría haberse leído más como ciencia-ficción o fantasía.

A.L.: Su investigación se acerca al realismo especulativo de Grant Hamilton o a la teoría del actor-red de Latour. Me consta que Eileen Joy trabaja en un libro titulado Weird reading. ¿Qué está sucediendo en el campo literario y cuál es su contribución?
D.A.: Mencionas a algunos de los académicos que me han ayudado a pensar en este tema. Quisiera contribuir a este asunto con la idea de que la literatura (y la novela realista en particular) encierra una sociología en sí misma: el esfuerzo por desentrañar el misterio y la complejidad de la vida colectiva, una explicación literaria del flujo fronterizo y transitorio entre personas, cosas y sistemas. En la literatura hay un tratado de las relaciones y la sociabilidad tan robusto como el tratado de la conciencia humana y las cosas materiales que vemos en las novelas de, pongamos por caso, Henry James. Hay un motivo por el cual Erving Goffman trató las novelas como algo más que un tipo de registro social, y es que adaptó las ideas sobre las interacciones sociales de Kenneth Burke, que a su vez adaptó esas ideas de los prefacios de James. La novela, o lo que yo entiendo como novela, es un recurso sociológico de primer orden que nunca puede reducirse a un mero informe sobre la sociedad que la produjo o sobre las mistificaciones ideológicas de la sociedad.

A.L.: Mi lectura atenta es pobre porque solo consigo ver en algunas ficciones la alienación de los personajes en su entorno. Supongo que no puedo escapar del todo al análisis marxista en forma de inconsciente político que propone Fredric Jameson, algo que usted ha intentado superar. ¿Lo ha conseguido?
D.A.: Es difícil rebatir a Jameson y casi imposible estar en desacuerdo con Marx. Ambos pensadores siguen siendo fundamentales para mí. Sin embargo, combato sus abstracciones: sociedad, estructura, clase. No es que yo reniegue de la existencia y la fuerza de esas abstracciones, pero me pregunto si esos conceptos son precisos para el presente. ¿Se sostiene la idea marxista de clase? ¿El concepto de sociedad de Jameson (que toma de Marx y de Durkheim) aún explica la experiencia real de un actor social en la era digital? La respuesta, como sugeriría cualquier pensador dialéctico, es sí y no. Habitamos un mundo social con circunstancias más o menos apremiantes muy dispares a las de finales del siglo XIX, por más que el proceso de modernización y la acumulación del capital que tanto Marx como Jameson discutieron sigan condicionando la producción, la circulación y el consumo de cultura.

A.L.: Los espacios que analiza son supermercados, vertederos, ruinas, psiquiátricos y carreteras. No sé si la razón del olvido de los lugares en las novelas se debe a la dificultad de reducir las acciones a unos pocos sitios representativos. Después de todo, la maleabilidad de la novela implica que se puede saltar de un espacio a otro. ¿Cuál es su explicación?
D.A.: Bajtin caracterizó la novela como un género “plástico” en sí mismo, lo que quiere decir que es una forma infinitamente flexible y fluida. No es ninguna sorpresa que haya sobrevivido en el presente, a pesar de todas las fuerzas culturales desplegadas contra ella. Mi intuición es que la novela continuará existiendo mucho tiempo, probablemente como una forma artística algo obsoleta; no obstante, tal y como advirtió Walter Benjamin, la obsolescencia tiene un gran poder analítico. Seguiremos aprendiendo con las novelas cómo es la vida social en ciertos lugares, más que nada porque la vida social siempre es específica de los sitios o está muy localizada ambientalmente, como cualquier otra forma de vida (tal y como te diría un biólogo). La ciencia-ficción, la fantasía, la literatura de terror y otros ejemplos de la llamada literatura de género no son menos útiles que las novelas de Virginia Woolf o James Joyce para comprender los vínculos sociales.

A.L.: Pienso en las camas de Oblomov y En busca del tiempo perdido, o en la bañera de El cuarto de baño de Jean-Philippe Toussaint. Encuentro lugares que representan una extraña búsqueda de la inmovilidad. Por el contrario, hay lugares como las carreteras donde el movimiento es el motor del artefacto literario. ¿Qué sitios cree que faltan por analizar? Imagino que no pudo abarcar todos los lugares fértiles para el estudio literario.
D.A.: Nunca intenté abarcarlo todo en Site Reading. Esa completitud es una fantasía. En lugar de eso, intenté ofrecer un paradigma productivo para repensar la ficción narrativa en prosa en relación con la vida social y los lugares situados en el espacio y el tiempo. La esperanza que albergo es que mi análisis sea útil para otros académicos. La ambición de completitud se convierte así en algo más que una fantasía: se vuelve una aspiración colectiva. ¿Qué pasaría si leemos las novelas como intentos de entender la vida social en lugares específicos, es decir, como explicaciones microsociológicas de experiencias individuales en la colectividad? No sé la respuesta. Todo lo que sé es que la colectividad se manifiesta en localizaciones materiales, al igual que la subjetividad, la conciencia y la individualidad se manifiestan a través de personas completamente corporeizadas. Deberíamos prestar atención a cualquier tipo de lugar con la misma intensidad con la que hemos observado a las personas y las cosas.

A.L.: No bromeo al decirle que esperaba con ansiedad un libro sobre las portadas de libros… y usted lo ha escrito, aunque aún no se ha publicado. ¿Nos puede anticipar algo?
D.A.: El libro sobre las portadas de libros aún está en desarrollo. Me alegra mucho que quieras adelantar algo sobre él, pues eso hace que me sienta alguien de provecho, así que gracias. Es un proyecto colaborativo con el diseñador Peter Mendelsund. Él está elaborando todas las imágenes y diseños mientras que yo me encargo de la escritura. Es un experimento transmediático, una verdadera colaboración. Nuestro objetivo es entender mejor si las portadas de libros se pueden entender como arte o simplemente como publicidad. Nosotros creemos que son artísticas, pero reconocemos que las portadas de libros se sitúan en los confines de la literatura y de este modo conforman un espacio limítrofe entre el texto y el mundo, así que no es arte en el sentido tradicional del término. Pero, ¿acaso seguimos pensando que el arte es un espacio privilegiado y separado de su entorno mediático y cultural?

Andrés Lomeña
12 de mayo de 2018

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