La literatura y las atopías.
ENTREVISTA CON SIOBHAN CARROLL
ANDRÉS LOMEÑA: An Empire of Air and Water empieza donde algunos mapas terminan, con el famoso Aquí yacen dragones [hic sunt dracones]. Usted ha explicado que los espacios en blanco de los mapas sirvieron como un sutil mecanismo de apropiación colonial y que el periodo romántico transformó los espacios incolonizables en espacios conquistables. ¿Cuál fue el itinerario y los tesoros de su viaje intelectual hacia terra incognita?
SIOBHAN CARROLL: Empecé con los polos norte y sur, que se manifiestan en la imaginación imperial británica. Me preguntaba por qué geografías de poco valor comercial provocaron en Europa una búsqueda y contemplación obsesivas. El momento literario más representativo para mí se dio en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, cuando Marlow invoca la historia de la expedición de Franklin antes de lanzarse a su propio viaje africano. ¿Cómo cambia uno del Ártico a África? ¿De qué forma un espacio “incolonizable” (el Ártico Alto no puede colonizarse en el sentido tradicional, el agrícola) legitima un proyecto colonial en cualquier otra parte?
Investigar este hecho me llevó a la historia cultural de otros espacios incolonizables: el océano, la atmósfera o el mundo subterráneo. Todos comparten características y cada región proporciona una perspectiva diferente sobre el impulso que lleva a definir la nación en relación a un mundo en tránsito.
A.L.: Su libro habla de la dificultad de encontrar un verdadero hogar en ciertos lugares inhóspitos. ¿Cuáles fueron los mayores descubrimientos encontrados en esas regiones? Entiendo el influjo del mar en las novelas, pero me desconcierta el espacio aéreo y algunas referencias como The aerostatic spy.
S.C.: El océano es, en muchos sentidos, el espacio más importante de Reino Unido por su historia como nación insular. Los ingleses imaginaron que cualquier espacio atípico estaba conectado con el océano, ya fuera de forma figurativa o literal. La atmósfera, por ejemplo, era un “océano de fuego”; las regiones polares aparecían como océanos helados y el mundo subterráneo se concibió como un lugar ahuecado por mares. Las personas que exploraron esas regiones reforzaron esas percepciones. Por ejemplo, los marineros a menudo lideraron las excavaciones porque tenían experiencia haciendo nudos y tirando cuerdas. Después de que se inventara el globo aerostático, los marineros se embarcaron en vuelos aéreos por esas mismas razones. Los británicos fueron la admirable punta de lanza en la exploración polar del siglo XIX, así que los marineros y los oficiales de la marina estuvieron entre los primeros en escribir sobre los espacios polares.
Esas atopías naturales incolonizables tuvieron distintas funciones simbólicas. La situación de pobreza extrema del espacio polar lo hizo un objeto atractivo para los ingleses. Arrojándose ellos mismos contra la frontera helada en nombre de la ciencia, los ingleses esperaban demostrar la pureza de sus intenciones imperiales. También probaron sus mercancías (sus abrigos de lana o sus envases de comida) para demostrar su superioridad moral y tecnológica. El objetivo real de la búsqueda de los polos no era llegar a ellos, sino buscar el fracaso, ya que la derrota ajena probaría la superioridad de los ingleses frente a las naciones incapaces o reticentes a realizar logros similares.
Otros espacios tuvieron una función diferente, aunque estaba relacionada. El polo representó el límite externo del imperio mientras que el océano definió los límites domésticos de los ingleses. La misma lógica que discutía el diseño providencial de la unidad británica (la idea de que Inglaterra, Escocia y Gales formaban una única isla-nación) problematizó la expansión por el océano. Los ingleses tuvieron una actitud complicada hacia los mares. Era la base de su poder imperial, pero el océano también representaba un rival capaz de socavar las ambiciones británicas. En algunos textos, como en el poema El naufragio de William Falconer, sostengo que el espectro del motín, la rebelión colonial y la agitación de los nativos llegó a identificarse con el mar.
El mundo subterráneo y la atmósfera se identificaron con el pasado y el futuro, respectivamente. El mundo subterráneo se representó como un conjunto de historias perdidas o alternativas, un lugar desde el que reimaginar el pasado de la nación. La atmósfera, en cambio, se representó como un espacio futurista y peligrosamente cosmopolita. Al igual que el océano, la atmósfera es un lugar en potencia para el transporte global y el nuevo medio de transporte aéreo perteneció más a Europa que a Gran Bretaña (debido a la historia del globo aerostático). Para hablar de la atmósfera, los ingleses invocan la vulnerabilidad de la nación frente a una invasión o frente a algo aún peor, la obsolescencia.
En la novela del siglo dieciocho El espía aerostático, la atmósfera proporciona un espacio más puro de circulación global que el océano, relacionado con el comercio colonial de esclavos. El protagonista surca el aire para redimirse después de que la guerra de la independencia de Estados Unidos le echara de casa. Los espíritus del aire y un doble de Robinson Crusoe aparecen para enseñarle que el poder combinado de los globos aerostáticos y la literatura dará lugar a un futuro postnacional. Es un libro demencial que disfruté al comentarlo en mi capítulo sobre la atmósfera.
A.L.: ¿Cómo dio forma al concepto de atopía?
S.C.: Deberíamos decir “atopía natural”, ya que en el libro también hablo de las atopías de Augé (espacios construidos que han perdido su identidad debido al crecimiento del capitalismo globalizado). Considero que estos dos tipos de atopía están relacionados. Por ejemplo, en el siglo XIX las personas estaban preocupadas por la polución provocada por la minería. La describieron como un fenómeno peligroso para el campo: si haces boquetes en tu país, los vapores venenosos del subsuelo destruirán el mundo rural. En aquella época se llegó a relacionar el mundo natural con la revolución industrial de una forma que puede sorprender a mucha gente.
A.L.: ¿Por qué no ha incluido los espacios extraterrestres en sus atopías naturales?
S.C.: Los espacios extraterrestres son atopías ahora, aunque no lo fueran en el siglo XIX. En mi definición, un espacio natural se considera una atopía si es un sitio que los humanos puedan llegar a visitar; si está totalmente fuera de nuestro alcance, se convierte en un lugar puramente fantástico, no en uno que los autores puedan tratar con realismo. Hemos presenciado este proceso con Marte durante el siglo XX. El planeta rojo pasó de ser el hogar de las reinas marcianas y de las culturas exóticas a un desierto hostil para la supervivencia humana. ¿Por qué pasó esto? Una vez que el hombre había llegado a la luna, era plausible pensar que llegaría a Marte. El Polo Norte sufrió un proceso similar a finales del siglo XVIII: pasó de ser un reino de fantasía a un lugar al que los humanos podían llegar al cabo de un año. En consecuencia, los escritores tuvieron que contener su imaginación y acabaron resentidos con el resultado de la exploración. El problema del éxito científico es que colonizas las provincias de la imaginación; el momento atópico invita a los escritores a volverse contra la exploración científica para así defender la ficción.
A.L.: La imaginación espacial de novelistas como Shelley o Dickens tiene consecuencias sociales. ¿Es muy simplista decir que Mary Shelley fue progresista mientras que Dickens fue conservador a la hora de imaginar la expansión imperial?
S.C.: Sí, es algo simplista. Soy muy cautelosa con el uso de palabras como “conservador”. Si te refieres a desear que las cosas sigan igual, entonces muchos de los autores que se levantaron contra la expansión colonial (incluidos el poeta escocés William Falconer y Mary Shelley) podrían considerarse conservadores.
En mi libro opto por una posición más matizada. Como algunos espacios como el mar o los polos estaban históricamente asociados con la imaginación, los autores que los representaron contribuyeron a articular la relación existente entre la imaginación literaria y el imperialismo. Mary Shelley protestó contra el alineamiento de la poesía y la ficción al servicio del imperialismo polar de John Barrow. Charles Dickens, por otra parte, promovió esta alianza, viéndola como una forma de promover el valor de la literatura para la nación. Autores como Wordsworth estuvieron más preocupados por esas dinámicas en el ámbito doméstico y apelaron en su poesía al Ártico o a la imaginación oceánica para llamar la atención sobre las inquietantes consecuencias de la urbanización.
A.L.: La ciencia-ficción plantea el control del pasado y del futuro a través de los viajes temporales. ¿Hay algún límite a los espacios colonizables?
S.C.: Los románticos querían que las atopías naturales sirvieran como un límite para demarcar las fronteras del conocimiento científico y el poder imperial. Con el avance de la tecnología moderna, es posible concebir una versión definitiva de lo que Rosalind Williams llamó “el triunfo del imperio humano”. Quizás la luna, el profundo océano o el interior de la tierra puedan ser colonizados. Puede que incluso el tiempo.
No obstante, la mayoría de las historias de viajes en el tiempo que conozco desarrollan una resistencia neorromántica a la colonización del pasado o del futuro. El viajero del tiempo de H. G. Wells es incapaz de reformar el futuro de los Eloi y de los Morlock de la forma que exige la ficción colonial. Del mismo modo, a pesar de todo su conocimiento científico, la protagonista de El libro del día del juicio final de Connie Willis no puede salvar a las personas de la peste negra. La única “posesión” valiosa que se lleva de la experiencia es su propia devastación emocional. Si tuviera que adentrarme en el imperialismo de los viajes temporales, me interesaría por la experiencia del fracaso. ¿Será quizás un reflejo del pesimismo de los proyectos “humanitarios” internacionales?
A.L.: ¿Podría facilitarnos algún ejemplo de atopía en la novela contemporánea?
S.C.: Los espacios naturales que describo en el libro reaparecen en la ficción postcolonial y especulativa, y cuando esto pasa, hay una fuerte resonancia histórica. El océano en El cementerio de barcos de Paulo Bacigalupi (una novela muy reciente) es una horrible fusión de atopías artificiales y naturales: ahogarse en el mar es ahogarse en un océano post-atópico que está sometido al capitalismo global.
Por su parte, la película Gravity plantea una vuelta literal a la atopía polar: Sandra Bullock trata de comunicarse con un Inuit en el Ártico cuando trata de escapar de la atopía del espacio exterior (Aningaaq, el cortometraje que acompaña a la película, muestra el otro lado de la conversación). En la ficción postcolonial citaría El paciente inglés, cuya historia alternativa aparece dentro de la Cueva de los Nadadores. Tanto si ha sido algo consciente como si no, el texto recurre a estos espacios.
A.L.: ¿Cómo avanza su próximo proyecto, Circulating nature? ¿Y qué quiere decir con la imaginación trasatlántica?
S.C.: Circulating Nature nace de mi investigación de los proyectos románticos de geoingeniería. Las personas del siglo XIX también estaban preocupadas por el calentamiento climático y algunos pensadores especularon con la posibilidad de alterar el clima mundial. Me interesa ese momento y la historia cultural del antropoceno. ¿Cómo llegaron las personas a creer que podrían controlar la naturaleza a escala global? ¿Cómo reconocieron una naturaleza global de elementos móviles como el agua, el aire y los animales? ¿Qué tipo de medios ayudaron a imaginar la transformación de la naturaleza? ¿Hay formas de la naturaleza que forzaron el pensamiento ambiental? Llevo a cabo un examen de los agentes que participan como especies en la era del antropoceno. Quiero saber si el individualismo de la novela perjudicó la imaginación de nuevos tipos de agencia.
Con imaginación transatlántica me refiero a una cultura internacional formada por ideas que cruzan el océano Atlántico. En este proyecto me voy a centrar en Estados Unidos y Reino Unido, pero quiero tener referencias de otras naciones transatlánticas, así que si tú o tus lectores tenéis alguna sugerencia, no dudéis en escribirme.
A.L.: Déjeme hacerle una broma final: ¿cuál es para usted el espacio más difícil de colonizar? Para mí las universidades son gigantes y extrañas atopías donde se necesitan poderes telepáticos (en el sentido de compartir un ethos con la comunidad).
S.C.: Creo que la universidad actual corre el riesgo de convertirse en una atopía en el sentido de Marc Augé: un modelo desalmado de corporativismo norteamericano producido para las masas de todo el globo, o lo que es lo mismo, un esquema absolutamente impersonal que nos convierte en débiles trabajadores que cumplen sin rechistar con el margen de beneficio del uno por ciento. Pero también hay muchas otras cosas distintivas en la universidad actual, un gran potencial utópico convertido en centros de aprendizaje, por lo que no debemos adoptar una visión tan pesimista.
Creo que el océano continúa siendo la atopía natural más poderosa de todas. Nos preocupamos por el cambio climático y por las alteraciones de la atmósfera, pero creo que es el océano, con su extrañeza y su impredecibilidad, la que decidirá nuestro destino.
20 de abril de 2015
Andrés Lomeña
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