miércoles, 6 de noviembre de 2013

ENTREVISTA CON ANTONIO GARRIDO DOMÍNGUEZ

Antonio Garrido ha sido muy amable conmigo al atenderme por teléfono. Esta entrevista editada no hace justicia a nuestra conversación, pero es lo que he podido "reconstruir" gracias a (o a pesar de) mi torpe oficio periodístico.

ENTREVISTA CON ANTONIO GARRIDO DOMÍNGUEZ

ANDRÉS LOMEÑA: ¿Qué le interesó de las teorías de la ficción?
ANTONIO GARRIDO: Me he dedicado siempre a la teoría de la literatura. He trabajado mucho el análisis de la narración, la estructura del relato. Del estudio de la narración pasé de forma natural a la preocupación por la ficción, ya que es una dimensión fundamental del texto narrativo. Esta preocupación, que venía de atrás, se vio potenciada a raíz de la publicación, por parte de autores españoles como Darío Villanueva, José María Pozuelo y Tomás Albaladejo, de importantes trabajos sobre el asunto. En 1994 se celebró en Murcia un congreso internacional sobre la cuestión de la ficción y allí conocí a L. Dolezel, Thomas Pavel y a Félix Martínez Bonati, autores que yo había antologado en Teorías de la ficción literaria (1997). Fue un verdadero placer conocer personalmente a estudiosos de la ficción, que han influido tanto en mi pensamiento. En el año 2000 se tradujo Heterocósmicas, obra en la Dolezel desarrolla las ideas expresadas previamente en sus artículos, además de añadir ejemplos sobre los mundos ficcionales de determinadas obras literarias. A partir de ahí, dediqué varios cursos de doctorado al asunto de la ficción y también he aplicado estas teorías al análisis de textos narrativos en mis cursos de licenciatura y doctorado. Mi libro Narración y ficción puede resultar algo denso por la cantidad de conceptos a los que se alude, ya que el objetivo final del libro aspira a establecer un panorama de las diferentes propuestas sobre la ficción formuladas en los más diversos campos del saber. Es un libro que creo que puede ayudar mucho en este sentido a estudiantes de los últimos cursos o del máster.

A.L.: Pozuelo Yvancos, Martínez Bonati y García Berrio han estudiado la verdad literaria, entre otros. ¿Ha habido en España una “escuela” sobre las teorías de la ficcionalidad?
A.G.: En España, el debate sobre la ficción lo desarrollaron fundamentalmente Darío Villanueva, Tomás Albaladejo y José María Pozuelo.
La ficción construye mundos gracias al dinamismo de la imaginación y a las virtualidades del texto literario, a los que acceden los lectores a través de canales como la lengua y la interpretación. El concepto de mímesis comenzó a deteriorarse a partir del Renacimiento al ampliar su ámbito a la “imitación de la naturaleza”; sus virtualidades se extinguen con la llegada de las corrientes románticas, aunque en el siglo XX ha vuelto a ser recuperado desde ámbitos muy diversos (Adorno, Derrida, Ricoeur, etc.). Es propio del conocimiento científico que, de cuando en cuando, surjan nuevos paradigmas, nuevos enfoques sobre la realidad, como expresión de los nuevos modos de abordarla. En el ámbito de la teoría literaria ocurre algo parecido: ahí están, para testimoniarlo, las diferentes corrientes: acceso extrínseco, inmanentismo, semiótica, pragmática, poética de lo imaginario, cognitismo, etc. De ahí que conceptos que han sido muy rentables durante un tiempo dejan paso a otros que, de alguna manera, responden mejor a las exigencias de los nuevos tiempos: mímesis, función poética, acto de habla, mundo ficcional, etc. Una razón muy importante es que la literatura –y, específicamente, la ficción narrativa: piénsese en Kafka, Borges, Cortázar o García Márquez, entre otros muchos- se ha vuelto tan audaz que los instrumentos convencionales de análisis han envejecido y hay que proceder a su renovación. En Breve historia de la poética, Dolezel alude a cómo, en pleno siglo XVIII, se recupera el viejo concepto leibniziano de mundo posible por parte de autores como Bodmer y Bretinger, cómo, posteriormente, en el XX, es la filosofía analítica la que se encarga de su rehabilitación y, seguidamente, los estudiosos de la ficción literaria.

A.L.: La teoría de los mundos de ficción procede en buena medida de la filosofía analítica. Algunos sospechan que es una forma subrepticia de colar la teología en el debate filosófico y literario. ¿Cómo lo ve usted?
A.G.: Mundo posible es originalmente una entidad puramente lógica, que es aprovechada por los estudiosos de la literatura para ofrecer una solución a algunos problemas pendientes en su ámbito. Con todo, la recuperación se lleva a cabo con dos restricciones importantes: los mundos literarios admiten contradicciones -en los mundos posibles de la lógica eso no se tolera- y, respecto de Leibniz, los mundos que ella pone en pie no preexisten al momento de su creación (se echaría por tierra el poder demiúrgico del escritor). Son mundos construidos, no descritos (no preexistentes, por tanto, al acto de su creación).
No creo que haya tantas polémicas en el ámbito de la teoría de la ficción; en el caso de J. R. Searle, es más bien un problema de edad. Searle se ha convertido con el paso del tiempo en una especie de carabinero del realismo, que arremete con todo el ímpetu que sus fuerzas le permiten contra los excesos del constructivismo goodmaniano y, en general, el escepticismo que caracteriza el pensamiento y la cultura contemporáneos. Para él, esas perspectivas disuelven la realidad, por lo que rechaza contundentemente dichos planteamientos. Sostiene que hay que seguir abonados al realismo y, en parte, tenemos que ser comprensivos con su posición. Los nuevos planteamientos sobre los mundos posibles lo desbordan en gran medida.
De Leibniz sólo se ha conservado la idea de mundo posible. Hoy nadie afirma que estén en la mente de Dios; así que no creo que haya una intención teológica oculta en tal concepción. Una novela instaura un microcosmos y esa forma de verlo resulta útil: el mundo posible como continente de un microcosmos donde, al fin y al cabo, existe una atmósfera, una fauna y unas leyes físicas a gusto del autor. En pocas palabras, es un universo que sirve a los fines de la historia.

A.L.: Albaladejo es otro de los autores que ha tratado el tema de la ficción. Propone una teoría de los máximos semánticos. ¿No hay demasiadas clasificaciones?
A.G.: Hay términos no del todo coincidentes. Albaladejo habla de modelos de mundo, que son conjuntos de instrucciones para construir mundos, que pueden ser realistas, verosímiles o fantásticos. Benjamin Harshaw habla, por su parte, de campos de referencia. Todos estos planteamientos están dentro del llamado enfoque semántico, es decir, planteamientos preocupados por cómo son por dentro los mundos construidos por la literatura. Se aplican fundamentalmente al género narrativo, aunque son extensibles al lírico y al dramático.
Mi opinión es que estos conceptos deberían terminar dando lugar a planteamientos metodológicos, esto es, desembocar en el análisis de los textos. Se trata de conceptos generales que se vuelven operativos cuando se aplican a los textos. Tengo la esperanza de que la narratología aproveche los estudios de la ficción para replantear las estrategias de análisis y hablar, señala Dolezel, de los personajes como “entes de ficción”, que no necesitan un correlato en el llamado mundo real para existir.

A.L.: Los mundos posibles son paradójicos. Por un lado, la idea de mundo te obliga a pensar necesariamente en el mundo real. Por otro, la ficción parece querer escapar del mundo de referencia y ser autónoma, antimimética. ¿Cómo se conjuga esta tensión entre un mundo de ficción deudor del mundo real y un mundo imaginario sin un origen mimético?
A.G.: Se olvida con mucha frecuencia que la realidad es todo: también la parte no tangible, no física, como son los mundos mentales, que existen en la mente del autor y de los lectores. Insisto una vez más en que la realidad es todo y abarca tanto lo material como lo espiritual. La ficción vendría a ser la otra cara de la realidad. El ser humano es, desde el principio de los tiempos, un consumidor empedernido de ficciones sin duda porque los mundos ficcionales lo complementan aportándole aquello que la realidad le niega.
Paul Ricoeur lo dice muy sensatamente: “Si la literatura no habla del mundo, ¿de qué va a hablar?” La literatura siempre manipula materiales de la realidad, física o psicológica. Si admitimos que hay un mundo más denso en términos semántico-ontológicos, todos los demás mundos han de ser un reflejo suyo. En cambio, si partimos, como sugiere Dolezel, del supuesto de que, desde los mismos comienzos, hay múltiples mundos con la misma fuerza ontológica, el modelo mimético no se sostiene. Hace falta un modelo explicativo para las audacias de la literatura del siglo XX y los años que llevamos del XXI.

A.L.: ¿Qué futuro le espera a los mundos ficcionales?
A.G.: El cine –que, como es sabido, ha influido mucho en la literatura ficcional- se ha ido apropiando sistemáticamente de los desarrollos de la narratología. Puede que haga algo similar con la teoría de los mundos ficcionales. Creo que las teorías de la ficción van a tener trascendencia en campos afines a la literatura. Después de todo, en el cine también se instaura un mundo posible de naturaleza mucho más visible que los de la literatura. Se deshará sin duda el entuerto, según el cual lo ficcional es privativo del arte. La ficción es el otro lado de la realidad. El artículo de Iser sobre la dimensión antropológica de la ficción es paradigmático: el ser humano puede conocerse únicamente proyectándose en el espejo de la ficción (nadie puede contemplar su propia nuca, por decirlo de manera gráfica). Y lo que vemos en el arte es nuestra imagen potenciada y analizada.

A.L.: Le agradezco su amabilidad y disposición.
A.G.: La belleza es algo que compensa la angustia de vivir en un mundo tan convulso, un mundo que, bien pensado, no concentra todas las maldades, pues el pasado encierra muchos horrores ya olvidados. En cualquier caso, la ficción es un buen antídoto contra la negatividad.

6 de noviembre de 2013
Andrés Lomeña

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