Hay una guerra comercial abierta con todo tipo de implicaciones económicas, morales y geopolíticas. En filosofía, tal y como escribió Hegel, la lechuza de Minerva solo emprende el vuelo al anochecer. Es decir, el pensamiento filosófico no es capaz de anticiparse a los cambios del mundo. De este modo, explicar los fundamentos que sostienen las diferentes cosmovisiones del mundo en un contexto de disrupciones tecnológicas e incertidumbre económico-política es algo que solo algunos pensadores se atreven a acometer.
Yuk Hui, profesor de Filosofía en Róterdam, antiguo estudiante de ingeniería informática y alumno de Bernard Stiegler, se abrió camino en la filosofía de la tecnología con comentarios críticos al pensamiento de Martin Heidegger o Gilbert Simondon. Su libro Recursividad y contingencia (Caja negra editora, 2022) subraya la crisis entre máquina y organismo que sufre la modernidad desde la aparición de la cibernética, crisis intensificada por el aprendizaje automático y los grandes modelos de lenguaje. En Arte y cosmotécnica (Caja negra editora, 2025), la inteligencia artificial no es una tecnología que vaya a certificar el fin del arte ni el advenimiento irremediable del posthumanismo, pero sí nos insta a entender las cosmovisiones del mundo como cosmotécnicas que sirven para repensar la modernidad y la descolonización del pensamiento filosófico contemporáneo.
ANDRÉS LOMEÑA: La pintura y la literatura son arte, qué duda cabe, aunque hay muchas más dudas con la programación, por más que algunos informáticos hablen del arte de programar. En todo caso, las inteligencias artificiales generativas pueden poner en riesgo la profesión de esos programadores. Esto me lleva a su comentario sobre Hegel, que imaginó el fin del arte como una producción cultural que se vería superada por la filosofía en su grandilocuente proceso hacia el autoconocimiento. Heidegger continuó ese problema al preguntarse por la técnica. ¿Estamos volviendo a esa encrucijada sobre el fin del arte a causa de las nuevas tecnologías?
YUK HUI: Los antiguos griegos usaron la palabra technē tanto para el arte como para la tecnología, y la relación entre el arte y la técnica es históricamente dinámica cuando nos asomamos a la Edad Media, el Renacimiento y la Edad Moderna en Occidente. Ahora se dice que la inteligencia artificial reemplazará lo humano, incluido a los artistas. Y con toda seguridad la IA podrá reemplazar ciertas funciones del ser humano, tal y como la calculadora ya ha hizo con el cálculo y el automóvil con el movimiento. En cambio, la exageración de que la IA lo reemplazará todo es una profecía industrial que se ha creído mucha gente, sobre todo los políticos. Sin embargo, no creo que la IA suponga el fin del arte ya que tenemos primero que preguntarnos cuál es su función y hasta qué punto la IA puede satisfacer esa función. Cuando Heidegger discute a Hegel al final de El origen de la obra de arte, sostiene que el veredicto de Hegel no ha quedado visto para sentencia porque todo depende de si el arte está aún relacionado con la verdad. ¿Nos habla de la verdad el arte hecho por IA? Podría decirnos hechos, o ciertos hechos filtrados. Los grandes modelos de lenguaje son algoritmos de compresión que podrían contener una enorme cantidad de datos, y al hacer eso, pueden efectivamente calcular la palabra más probable que sigue en una oración, como ocurre con la función de autocompletar que tenemos cuando escribimos un mensaje. No estoy despreciando la IA o el machine learning. De hecho, creo que estamos presenciando algo realmente importante que nos impresiona. Yo mismo uso esas herramientas a diario. No obstante, creo que es un error ver las máquinas como un reemplazo.
Creo que es más importante concebir un nuevo tipo de relación con la IA, una que yo llamo “organológica”. La organología significa estudiar las herramientas y los instrumentos como órganos artificiales y es necesario entender una organología positiva y otra negativa. Una organología negativa podría ser un uso destructivo de la máquina, lo que llevará a la depravación (como la de los transhumanistas en su creencia de que podemos superar todas las debilidades del ser humano) y a las guerras (como las que estamos viviendo ahora y como lo que analizó Henri Bergson en su discurso sobre la guerra de 1914). Por otro lado, una organología positiva explora activamente el poder transformador de la IA y la integra en la investigación y la creación artística.
A.L.: Las actuales inteligencias artificiales sufren alucinaciones (inventan resultados) y envenenamientos (resultados aberrantes cuando se les entrena con máquinas y no con humanos). Erik Larson ya dijo que se ha de mejorar mucho en el razonamiento abductivo para que las máquinas avancen de verdad. Aun así, el progreso ha sido descomunal y me pregunto si esto arroja luz a cómo funciona nuestra mente, y ya de paso dice algo sobre las cuestiones filosóficas de siempre: la conciencia, el determinismo y el libre albedrío.
Y.H.: En mi reciente trilogía, que incluye Recursividad y contingencia, Arte y cosmotécnica y Máquina y soberanía, intenté entender el significado de la recursividad en la historia de la filosofía y en la historia de la tecnología. Las máquinas del siglo XVIII eran mecanicistas, es decir, operaban de acuerdo con una causalidad lineal, como lo que observamos en un reloj mecánico: el movimiento de un engranaje lleva a otro, y si un engranaje se rompe, el reloj se para. Piensa en el famoso pato con aparato digestivo de Jacques Vaucanson; fue una de las mejores creaciones de ese tiempo. A finales del siglo XVIII, el organismo fue usado para demostrar los límites de los mecanismos, ya que un organismo tiene una estructura orgánica y funciona con operaciones recursivas. Kant en su Crítica de la razón práctica renegó del autómata de Vaucanson al decir que no son capaces de experimentar la libertad. De este modo, puedes ver cómo ese organismo u organicismo llegó a ser el fundamento epistemológico de muchas cuestiones como la cognición humana, la moralidad o la estética. Desde la segunda mitad del siglo XX, es decir, después de la cibernética, sabemos que las máquinas están dotadas con bucles de retroalimentación y son capaces de asimilar el comportamiento de un organismo (la homeostasis, por ejemplo). La recursividad fue fundamental para el desarrollo de la informática: la máquina de Turing, la función recursiva general de Gödel, el cálculo lambda de Church, el autómata de Neumann… y desde los años setenta, vimos redes neurales recursivas que llegan a la actualidad. Lo recursivo es esencial para el conexionismo. Aun así, no estoy seguro de que vayamos a decodificar los secretos del universo porque en cada época, como ocurrió en el tiempo de Descartes, también tuvieron esa creencia de que el reloj no era solo la imagen de la máquina, sino la imagen del cosmos y del cuerpo humano.
A.L.: En Arte y cosmotécnica, compara la tragedia griega con la tradición oriental y viene a decir que no existe nada parecido porque no hay un héroe que cometa un error debido a su arrogancia (el concepto de hamartia). Usted aboga por una descolonización de la filosofía y señala una cosmotécnica distinta que escape, por ejemplo, a la dialéctica del siervo-señor de Hegel. Así se establecería una nueva relación con el mundo. Me pregunto si la cosmotécnica china sería la del analogismo y la occidental la del naturalismo, por expresarlo con la terminología del antropólogo francés Philippe Descola.
Y.H.: Descola es un pensador serio, pero él mismo es un naturalista, en el sentido de que clasifica las ontologías como los naturalistas clasificaron las plantas y los animales en el siglo XVIII. No sé si podemos clasificar las culturas como si fueran objetos con ciertas propiedades o características. El mérito de Descola es mostrar que hay pensamientos en torno al concepto de naturaleza distintos a los de la Europa moderna. Descola señala que la idea de naturaleza que compartimos es bastante moderna y está basada en la oposición entre cultura y naturaleza.
En cuanto a tu pregunta, he de decir primero que yo nunca dije que la dialéctica del siervo-señor de Hegel no pueda aplicarse a China, y de hecho, el Partido Comunista la ha estado aplicando durante más de un siglo a través de Marx (que fue un hegeliano y su análisis de la lucha de clases es una extensión de la dialéctica del amo y el esclavo). Solo dije que ese pensamiento no se produjo en China, aunque algunos académicos lo hayan llamado la dialéctica taoísta. Sin embargo, esa forma de llamar a la dialéctica es confusa porque podemos asociarla con la idea de Hegel, que es un producto histórico del pensamiento occidental. En Recursividad y contingencia, llevé a cabo una relectura de la historia de la filosofía europea moderna (Hegel incluido) y en Arte y cosmotécnica, mostré que el pensamiento taoísta no se puede reducir a la lógica hegeliana. Además, ¿deberíamos considerar la cosmotécnica china como una ontología en el sentido de Descola? En mi libro se discute si la ontología existe en el pensamiento chino, una pregunta formulada por François Jullien, que aseguraba que no había ontología en China.
Además, en La pregunta por la técnica en China expongo mi crítica a Descola. El antropólogo francés no ha prestado suficiente atención a la pregunta por la tecnología y lo generaliza como “praxis”. Él y sus defensores describen la naturaleza como un objeto de estudio y creen que si se cambia el concepto de naturaleza, entonces se puede resolver el problema de la modernidad. Si mi memoria no me traiciona, me pareció ver una entrevista a Descola no hace mucho donde dijo que estaba contento por la integración de los derechos de los no humanos en la Constitución de Bolivia, pero luego solo vimos más deforestación para la venta de madera a China. Por eso hace ya más de una década rebatí a los antropólogos por su giro ontológico y desarrollé el concepto de cosmotécnica como una forma distinta de abordar el problema de la modernidad. Eduardo Viveiros de Castro fue muy generoso conmigo durante mi visita a Brasil hace un par de años. También tuve varias conversaciones con el difunto Bruno Latour, pero desgraciadamente fue demasiado tarde.
A.L.: Me alivia saber que no es un pesimista tecnológico profundo.
Y.H.: Tengo la impresión, por las entrevistas que me han hecho, de que hemos producido algunas alucinaciones sobre las inteligencias artificiales. Abrumados por los grandes modelos de lenguaje y sus aplicaciones, hemos llegamos a creer que conquistarán la humanidad. Eso es parte de la propaganda industrial. Ahora mismo, esas empresas tecnológicas son más bien empresas financieras que venden visiones de futuro para atraer la inversión, pero por desgracia, muchos gobiernos la han adoptado. Creo que tenemos que ser muy prudentes. Los grandes modelos de lenguaje son algoritmos que tienen defectos epistemológicos fundamentales, como aquellos que ya encontramos en el empirismo y el probabilismo. Su paranoia y su propaganda contradictorias impiden comprender el verdadero progreso tecnológico al restringirlo a la búsqueda competitiva de la velocidad o la robustez, cuando nuestra sociedad podría emplear esas tecnologías en crear una nueva economía política.