jueves, 1 de marzo de 2018

CONTRA LA LECTURA: ENTREVISTA CON MIKITA BROTTMAN

La autora de Contra la lectura (Blackie Books, 2018) nació en Sheffield en 1966. Es doctora en literatura inglesa, psicoanalista y profesora en el Maryland Institute College of Art, en Baltimore.

ANDRÉS LOMEÑA: Su libro Contra la lectura empieza con una comparación entre los placeres de la lectura y las consolaciones de la masturbación. Sé que el título no tiene que leerse de forma literal, ya que usted defiende el acto de lectura, pero no su idealización sistemática. Me pregunto qué tipo de reacciones ha provocado el libro en profesores, pedagogos y otras personas de humanidades.
MIKITA BROTTMAN: Cualquiera que lo haya pensado un instante, sabe que en realidad no me opongo a la lectura. La mayoría de personas con algo de juicio se dieron cuenta de que el título no iba en serio. Las personas de humanidades que han leído y analizado la obra parecían estar de acuerdo conmigo, al menos la gente de la universidad. Creo que muchos lo ven del mismo modo que yo: están cansados de la presuposición irreflexiva de que la lectura, por su propia naturaleza, es virtuosa. También creo que muchos temen decirlo.

A.L.: Su argumento principal es que el acto de lectura no desemboca necesariamente en la mejora del ser humano. Agradezco de veras su mordacidad porque creo que el humanismo es bastante ingenuo a la hora de destacar el valor social de la literatura. ¿Cuál ha sido la razón principal para concebir su proyecto? No sé si prima su enfado hacia los profesores de literatura que tuvo, lo ridículo que le parecen los clubes de lectura o el hartazgo del elitismo interpretativo en la literatura.
M.B.: Pues justo todo lo que estás señalando. Quería poner este fetichismo de la lectura en un contexto cultural e histórico más amplio para mostrar que el acto de leer solo se ha considerado virtuoso desde hace muy poco (antes era malo, o una pérdida de tiempo, o pecaminoso). Así bajarían a La Tierra algunos. Quería ofrecer un contrapeso. Además, quería recordar que la lectura puede ser muy poco práctica y que no te hace forzosamente más feliz ni mejor persona. Es suficiente con que nos proporcione placer. No hay necesidad de justificarla en base a ese humanismo social del que hablas.

A.L.: Cumbres borrascosas fue una mala herramienta para su educación sentimental. En mi caso, El guardián entre el centeno no consiguió el efecto deseado. Además, Werther me transmitió una idea totalmente equivocada sobre el amor. ¿No será que usted quería atacar el idealismo y el romanticismo en la literatura?
M.B.: Estoy convencida de que hay un momento para el idealismo y para el romanticismo. Ese momento se da cuando eres más mayor y has experimentado el amor y las relaciones románticas, y necesitas algo sobre lo que fantasear; así puedes seguir creyendo en esas ideas y recordar días llenos de pasión. Cuando eres una chica y no has tenido una sola relación, no creo que sea de mucha ayuda creer que vas a conocer a una persona especial a la que serás fiel toda la vida. Ahí necesitas dosis de realismo. Cuando eres más mayor y también más cínico respecto a la condición humana, entonces te viene bien el idealismo.

A.L.: En su libro rescata una historia muy divertida de David Lodge en la que unos profesores de literatura confiesan las grandes obras maestras que no han leído. Uno de ellos menciona Hamlet y su trayectoria académica se va al traste. ¿Qué grandes novelas no ha leído? No tenga miedo, yo aún no he podido con Ana Karenina, El conde de Montecristo o Grandes esperanzas...
M.B.: ¡Hay muchas! No creo que sea algo de lo que avergonzarse. Cada uno tiene sus gustos. He intentado leer Finnegan's Wake más de una vez y nunca llegué muy lejos. Lo mismo con el Ulysses. Tampoco he leído El conde de Montecristo ni Robinson Crusoe. Nunca he leído las obras históricas de Shakespeare. Me cuesta leer obras poco narrativas sin muchos personajes femeninos. Es solo mi gusto personal.

A.L.: ¿Qué piensa de los derechos del lector de Daniel Pennac?
M.B.: Pennac se dirige a una mayoría que se siente culpable porque no disfruta con la lectura o no lee lo suficiente. Yo me dirijo a una minoría que lee demasiado. No me gusta su “derecho a leer en voz alta” porque eso puede ser muy molesto, del mismo modo que puede ser molesto que alguien haga ruido, ya sea un bebé llorando o un adulto hablando por el móvil. No hay nada especial en el ruido de alguien que lee. ¡Guárdatelo para ti!

A.L.: Sé que esto no es una competición, pero tengo que preguntarle cuántos libros lee al año.
M.B.: Esta es una de las preguntas que transforman los libros en un fetiche. Nunca he intentado contarlo y no sabría cómo hacerlo. Leo algunos libros de pe a pa, pero qué hacemos con las obras de referencia que no he leído y que consulto. O con las que leí en su mayor parte, pero no terminé. Mi novio y yo nos leemos el uno al otro y alternamos capítulos a diario. ¿He leído esos libros? También escucho muchos audiolibros y he releído un montón de obras. ¿Cómo debería contabilizar?

A.L.: ¿No ha pensado en escribir una secuela? Ya le digo yo el título: La mortificación solitaria. Contra la escritura.
M.B.: ¡Es una gran idea y un título magnífico! La escritura también está idealizada como si fuera una virtud en sí misma, al margen de lo que escribas. Hay numerosos grupos de escritura creativa, talleres, clubes y clases. Hace poco descubrí una tendencia muy popular en Estados Unidos donde un grupo de personas se conoce en una cafetería o en un bar solamente para escribir. Me imagino que la idea de estar juntos servirá de ayuda, pero la escritura es una actividad solitaria. Si quieres escribir, simplemente escribe. No necesitas arreglarte ni salir a conocer gente para escribir. Eso es lo que haces cuando has terminado y necesitas un descanso.

A.L.: Díganos un libro que recomendarías para quedarse dormido.
M.B.: Oblómov de Iván Goncharov.
- Otro para acostarse con alguien.
M.B.: Los 120 días de Sodoma del marqués de Sade.
- ¿Y para reír?
M.B.: A Rationale of the Dirty Joke de Gershon Legman [un análisis cultural e histórico de más de dos mil bromas y cuentos tradicionales].
- Una obra para llorar.
M.B.: Or Not to Be: A Collection of Suicide Notes de Marc Etkind [sobre las notas de suicidio de personalidades como Van Gogh o Sylvia Plath].
- Algo para leer en el váter.
M.B.: Halo in the Sky: Observations on Anality and Defense de Leonard Shengold [un estudio psicoanalítico y literario de la fase anal freudiana].
- Por último, un libro para saber morir.
M.B.: El último recurso de Derek Humphry [un manual para moribundos sobre cómo suicidarse].

1 de marzo de 2018
Andrés Lomeña

1 comentario:

  1. Pues me parece muy razonable.

    Mi intuición es que la lectura se valora en sí misma porque correlaciona con la capacidad de concentración, el esfuerzo y otras cosas que conducen a resultados positivos. Al final la vida es un aprendizaje y todo el que destaca en algo acaba empapándose de la bibliografía relativa al asunto. Luego hay otro tipos de lecturas que se considera que enriquecen al ponernos en contacto con la tradición o darnos una visión más amplia del mundo.

    Pero efectivamente, también hay muchísima morralla impresa y el contacto con la misma podría resultar contraproducente.

    En un momento en que la adquisición de conocimientos puede ser audiovisual habría que replantearse un poco la exaltación de la lectura. También replantearse los tipos de lectura: superficial, densa, lectura encaminada al estudio de una asignatura, a la memorización de un poema, recitación. Son todas ellas actividades diferentes encerradas en el mismo verbo.

    Leer es como caminar. No saber leer es una parálisis, pero las habilidades motoras esenciales puede que acaben por llevarnos a ninguna parte, a una cumbre o un precipicio.

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